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A, B, C – Por Francisco Pomares

El Ayuntamiento de Santa Cruz ha tenido que recular en su decisión de establecer turnos para el servicio metropolitano de Taxi. La medida aprobada por el Consistorio, que llevaba funcionando apenas unos días, y que debía seguir a prueba hasta finales de marzo, fue suspendida a toda prisa el lunes, en una reunión maratoniana de los taxistas con el alcalde. Podría decirse que Bermúdez ha reculado después de una monumental metedura de gamba, o que ha tenido reflejos. Pero ése no es el asunto.

Sí lo es que la obsesión normativa y legisladora de nuestros dirigentes nos esté llevando a una situación un tanto absurda en todos los frentes de la vida cotidiana: cada día que pasa, se aprueban más normas, más reglas y más leyes para decirnos cómo tenemos que vivir, cómo tenemos que relacionarnos con nuestros vecinos, qué podemos y qué no podemos consumir, a qué velocidad máxima debemos conducir, cómo, cuando y dónde se debe construir, cómo se debe educar a los niños y a los estudiantes, cuando podemos abrir nuestras tiendas, comercios, farmacias y bares… Para todo existe una regla, y casi para todo una o varias excepciones a esa regla, que al final sólo conocen los abogados.

A mi edad es bastante incómodo ser un anarquista. Con los años, uno precisa de una sociedad que funcione de manera organizada y bien engrasada. Pero a veces me crispa la intensidad de producción de literatura burocrática inútil cuando no directamente perjudicial. La obsesión por regular todo se ha convertido en la principal ocupación de una clase política con pocos recursos para influir en los acontecimientos, y que refugia su melancolía en el Boletín Oficial. Pero no basta con publicar una ley o una norma para que se cumpla. Las normas deberían ser fruto del sentido común, no una espesa maraña intransitable de ordenanzas y reglamentos contradictorios.

Cada uno de los 18 parlamentos españoles (Cataluña incluida, de momento) mide su productividad en el número de normas que aprueba. Producimos miles de leyes, reglamentos y ordenanzas de distinto nivel todos los años, y el sistema se vuelve cada vez más enrevesado. El caso de los taxistas de Santa Cruz es emblemático: pidieron una solución al problema creado por el exceso de licencias. Y el Ayuntamiento pretendió resolver el problema inventando nuevas instrucciones… y no ha funcionado.