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Buenas nuevas – Por Jorge Bethencourt

El nuevo argumentario que circula por los canales del poder y charcos adyacentes establece que hay que transmitir la idea de que este año, siendo que va a ser difícil, es el principio del comienzo del fin de la crisis. Y por si alguien no accede al sortilegio de la sutileza de esta definición, se añade que hay que resaltar el hecho de que España ha recuperado la confianza de los mercados.

Y la ha recuperado, hermanos y hermanas en la crisis, según este argumentario, porque el Rajoy nos ha conducido con mano firme por el camino del cumplimiento del déficit y la austeridad.

El regreso de la confianza ha sido saludado con las salvas de ordenanza. Las odiosas autoridades comunitarias no han escatimado alabanzas y halagos para el ejemplar comportamiento de España, que ha sido tan obediente y tan hacendosa saneando sus cuentas. Y los portavoces del gobierno, con mesura, han reconocido modestamente que empiezan a verse los resultados de un trabajo bien hecho, de tanto sacrificio, de tanta angustia. Tal ha sido el clima de euforia, que hasta el acuerdo del Parlamento catalán, declarando su destino en lo universal como legislativo de un estado soberano, ha pasado con más pena que gloria.

Creo que España ha hecho un buen trabajo en la contención del déficit. Y que a largo plazo el modelo alemán de la austeridad va a venirle muy bien a países tan fuera de madre como el nuestro. Pero la pirámide de la austeridad se ha construido aquí con la sangre, el sudor y las lágrimas del pueblo. Tanto, que a punto ha estado literalmente de ser una tumba. Cuando salgamos de esta -y espero que sea pronto- para regresar a una cierta normalidad (que nadie espere otra vez el alocado quinquenio de comienzos de siglo), los cadáveres que han quedado tendidos en el campo de batalla serán de familias, ciudadanos, trabajadores y empresarios. El gran logro de éste y el anterior Gobierno es que han sabido amurallar los privilegios de las administraciones públicas, blindar los privilegios de gentes que tienen condiciones de trabajo singulares y exclusivas y proteger, en suma, las estructuras de un Estado que, como el zorro en la trampa, con tal de escapar ha sido capaz de comerse sus propias patas, devorar a sus ciudadanos y poner en peligro la existencia de una estragada clase media.

Tan está de eufórica la cosa, que hasta se celebra que las emisiones de deuda pública sean compradas sin problemas por los mercados. Doscientos treinta mil millones nos colocarán este año. Unos 70.000 serán deuda nueva. Nos alegra que nos sigan dando dinero prestado, porque nos lo prestan más barato. Y tan felices. Ya lo decía Einstein. Lo que es infinito no es el universo, sino la estupidez.

@JLBethencourt