X
nombre y apellido >

Carlos Luis de Ribera – Por Luis Ortega

   

Entre las páginas del libro, comprado en el Rastro en el puente de diciembre – una guía ilustrada de Madrid en rústica, fechada en 1903 y a la que faltan varias láminas -apareció un papel amarillento, de doce por diez centímetros, con el anverso ocupado por una cabeza femenina, apenas esbozada y, en el reverso, unas anotaciones puntuales y una abreviatura C.L. Ribera, realizado todo con grafito; dibujo, texto y firma no tenían relación alguna, y fijé mi atención sobre el autógrafo que podría – es sólo una posibilidad -corresponder al tardorromántico Carlos Luis de Ribera y Fieve (1815-1891), becario en Roma, alumno, profesor y director de la Real Academia de San Fernando, pintor de cámara de Isabel II, retratista y cultivador del género histórico y religioso. A lo que si me llevó el hallazgo fue a una interesante exposición, montada en la Biblioteca María Zambrano de la Universidad Complutense, titulada “Cápsulas de tiempo; objetos encontrados en los libros”. Las páginas impresas han sido continentes de notas y confidencias, de acotaciones coincidentes o disidentes con el autor, secadero de flores y plantas, raras o de valor sentimental, estampas y grabados, facturas satisfechas o pendientes, ya para la eternidad, de pago. Según su grosor y encuadernación, albergaron objetos de mayor volumen y sorpresas mayúsculas, cuando un lector descubrió un plagio y temeroso de las consecuencias de su hallazgo, dejó para los curiosos de la posteridad la escandalosa revelación. Durante la catalogación de los fondos históricos de la Universidad madrileña aparecieron estas testimonios temporales que nos ayudan a entender a las generaciones anteriores, sus gustos y repulsas y, de algún modo, a asumir que nos parecemos mucho. En más de una ocasión busqué infructuosamente algún documento que, para preservarlo de mi despiste, guardé en un libro que, alguna vez, me interesó mucho y que lo hallé cuando era absolutamente inservible para sus fines y quedaba sólo como testimonio del tiempo ido. Llevé a enmarcar el papel y, para no jerarquizar el hallazgo, pedí que lo colocaran entre dos cristales, así alguna vez podría contemplar el leve boceto de Ribera y, otras, las anotaciones misteriosas y la firma que sólo tuvieron sentido para quien las guardó en el interior de un itinerario guiado por un Madrid, sensiblemente menor a la metrópoli que, en su entraña, guarda a un pueblo novelero, como reflejaba perfectamente la muestra de objetos encontrados