X
crítica > Lourdes Bonnet

Cuarteto Emerson – Por Lourdes Bonnet

   

El pasado martes el Festival inició su oferta musical de formato camerístico. Para los dos conciertos de cámara nos trasladamos a nuestro querido Teatro Guimerá, dejando atrás los espectáculos de masas y donde los verdaderos aficionados a la música tenían una cita ineludible.

El concierto ofrecido por el afamado Cuarteto Emerson contaba con obras de repertorio, algo que en este desierto de buena música de cámara que es Tenerife, siempre es de agradecer.

La velada arrancó con el Cuarteto Número 9 de Dvorak, destacando desde el primer momento no sólo la labor de conjunto, sino también la delicadeza de los distintos solos o dúos en perfecta armonía y afinación. La profunda inspiración de los músicos destacó especialmente en el Adagio que, sin hacerse excesivamente meditativo ni dramático, caló hondamente en el público.

La primera parte se cerró con el Cuarteto Número 12 de Shostakovich, obra tan interesante como desconocida en estas latitudes. Pese a su gran dificultad expresiva, el Cuarteto Emerson no tuvo problema alguno en servir esta partitura en bandeja de plata, con unos tempi algo ligeros, que facilitaron la transmisión de esa compleja mente que era Shostakovich.

El conjunto presentó una amplia variedad de colores que van desde los pasajes iniciales, de corte enigmático, hasta los ambientes más orientalizantes del segundo movimiento o el excepcional solo de Drucker (violín I) con pizzicatos cuasi percutidos, realizando entre todos una lectura espléndida de esta magnífica obra.

El concierto terminó con el Cuarteto en La mayor de Schumann, y cabe mencionar el intercambio de los violines para asumir el rol de violín I Setzer. La gran elegancia del primer movimiento -incluido un cuidadoso control del vibrato- contrasta con el inquietante y cambiante segundo movimiento, y a su vez con el Adagio que es presentado casi a modo de coral.

Pero quizás el más destacado haya sido el último, pleno de variantes dramáticas y expresivas fiel reflejo del Romanticismo pleno de la primera mitad del siglo XIX.

El cuarteto Emerson hizo las delicias del público que, aunque cada vez estemos más desacostumbrados a la escucha de estas partituras de “pequeño formato” que requieren de una atención distinta, supo disfrutar de una buena música y una mejor interpretación, y es que el buen perfume se vende en frasco pequeño.