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El deseo – Por Juan Pedro Rivero

Acaba enero y seguimos esperando.

Si extirpáramos del corazón de una persona el deseo, extirparíamos con él cuanto de humano posee. Algún filósofo definió al ser humano como un infinito deseo. Lo queramos o no, nos guste o no, somos seres con una infinita capacidad de desear; un deseo permanentemente insatisfecho. Un descontento permanente.

Y, sin embargo, últimamente nos invitan a anular nuestros deseos para no sufrir el realismo de la frustración y el desencanto. Una invitación revestida hasta de espiritualidad oriental que contempla en el deseo la fuente de la insatisfacción, el sufrimiento y la tristeza. Hace siglos ya nos lo propusieron los estoicos y hoy nos parece novedoso.

Sin deseo no hay corazón verdaderamente humano. Aún con el riesgo y el peligro inherentes, desear es tan humano como pensar, sentir, amar o arrepentirse.

¡Cuidado con los malos deseos! Oíamos y oímos en la voz de los maestros de prudencia. Sí, hemos de tener cuidado; hemos de elevarnos por encima de los instintos irracionales -claro que sí-. Pero anular de nosotros esos indicadores de humanidad es más peligroso de lo que suponemos. Los deseos son pequeñas migas de pan que nos indican el camino del objeto final de nuestro corazón: deseamos ser felices. Por caminos paradójicos, a veces a tientas, todos queremos habitar ese espacio denominado felicidad.

Detrás se esconde la sorpresa. Tras el deseo aparece el encuentro. Y nadie puede mirarse al espejo y encontrar a un ser humano si no asume el riego de la búsqueda seria de la felicidad que su corazón anhela.

Puedes tenerlo todo. Te puede no falta nada. Pero si tu corazón no ha descansado en la felicidad deseada, mantente en la búsqueda, acelera el esfuerzo, no te contentes con las migajas del camino. Busca, porque “quien busca encuentra”.
Comenzamos febrero y seguimos buscando.

Juan Pedro Rivero es DIRECTOR DEL ISTIC
@juanpedrorivero