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En Palmado – Por Jorge Bethencourt

   

La primera de las fuerzas que mueven el mundo es la mentira. Lo decía Revel. Y el poder siempre se ha basado en ella. Para mantener al personal epatado, el poder se ha refugiado en la solemnidad y en la distancia. En la mentira de ser distinto.

Es verdad que quien tenga el ejército y la policía no necesita sutilezas. No hay nada más dócil que un pueblo desarmado. Pero a veces los soldados o la pasma comprenden que también son pueblo y entonces, como diría María Antonieta, se puede perder la cabeza. Así que la distancia, como sistema de apoyo de la mentira, se vuelve imprescindible. Hasta hace nada, en términos históricos, los más altos dignatarios eran seres hieráticos, inexpresivos, distantes y solemnes. Coño, eran poderosos. Iba en la profesión. Los signos del poder -los escoltas, los carruajes oficiales, los tronos, los ropajes recargados…- eran tan importantes como la forzada distancia que se tomaba del resto de la sociedad. Así eran los jueces, a quienes pocos conocían y menos sabían de sus vidas. O los médicos. O los nobles. Pero el signo de los tiempos es que la gente conoce un doscientos por cien de la vida de todos los poderosos. O lo que es lo mismo, que saben de su vida y milagros y además saben otro tanto de absolutas falsedades que se toman como realidades indistinguibles. En la era de internet, las mentiras y el ruido transitan a la misma velocidad, si no a más, que las noticias y conocimientos fiables.

Los famosos y las autoridades están sometidos a un escrutinio constante que ha demolido cualquier intento de mantener una vida aparte de la vida, disolviendo el halo de misterio que antes les protegía de la chusma. Al tal Urdargarín le han sacado un email privado en el que se reía de su propio título nobiliario. En el candelero judicial de su fructífera profesión de sacar pasta bajo el paraguas de sus conexiones familiares, el mensaje jocoso se ha convertido en un nuevo escándalo. Nada dice que no digan los súbditos un día cualquiera en la red. Pero se supone que los poderosos deben ser parcos hasta en la intimidad. Así que lo han puesto a parir hasta en la tierra de su ducado, Palma, que tanto ha chupado del bote de la publicidad que les daban las vacaciones náuticas de la realeza. Así de ingrato es el pueblo cuando se encabrona. Esta insólita demolición de la autoridad es encantadora. Jueces, langostas, reyes, elefantes, políticos, sobres, fundaciones, farsantes, Eres, … van esculpiendo las lápidas de una sola tumba. Aún les quedan las armas. Pero es lo único. La turba está cada vez más encantada de su desencanto. Y las lenguas afiladas cortan como navajas en un país donde la prudencia nunca ha tenido vivienda. El pueblo sí que esta en-palmado.

@JLBethencourt