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La familia – Por Miguel L. Tejera Jordán

   

Me encanta el cardenal Rouco Varela. En las próximas elecciones lo votaré para presidente del Gobierno. Para no estar casado ni haber tenido hijos (que se sepa…), entiende de la familia más que nadie. En la gran misa de la ídem, en Madrid, Rouco vuelve a cargar la artillería cardenalicia con obuses contra la ley del aborto. Y reitera que “la familia cristiana es el pilar de toda sociedad”. ¡Oiga, no! La familia a secas es el pilar de cualquier sociedad. La familia puede ser cristiana, musulmana, judía, budista…, además de estar afiliada al PP, PSOE, ser comunista, anarquista, hippie o atea. Existe como concepto mucho antes de cualquier idea política o religiosa. Se cimenta en una pareja que copula para perpetuar la especie (además de darse gusto) y que, frecuentemente -así lo demuestra la historia humana- recurre a la interrupción del embarazo por razones como las sequías y las hambrunas que la raza ha sufrido en todos los tiempos y que le obligan a tomar decisiones de simple supervivencia, consistentes en tener menos hijos para seguir adelante, porque tener más es la ruina del conjunto de la especie.

Para no haberse cagado las manos al cambiar pañales, Rouco sabe de la familia más que nadie. No tiene ni idea de cómo preparar un biberón; no ha manejado en su vida un sacaleches. Ignora lo que es una llantina horrorosa una madrugada sí y la otra también. No ha puesto en marcha una lavadora, ni hecho cola en la consulta de un pediatra. Tampoco sabe cuántos mililitros de apiretal hay que darle a un bebé si se le sube la fiebre.

Pero no importa. Está en contra de la ley del aborto (aunque no hace mención alguna de otra ley, como la hipotecaria), porque lo que hay que hacer es traer niños y niñas al mundo, por más que sus padres, perdido el empleo, no puedan pagar una hipoteca y tengan que irse a vivir debajo de un puente.

Cualquiera diría que lo que quiere el cardenal son niños cuyos padres dejen unos eurillos cuando se casan, cuando vayan a bautizar al bebé (o a confirmarle), casarle (previo cursillo prematrimonial) o enterrarle (si la espicha antes o después de la boda).

Al fin y al cabo, Rouco no paga guarderías, ni hipotecas. Ni el IBI de su mansión de cardenal (bendito Concordato).

Ahora mismo, Rouco sólo sabe (aunque se hace el loco) que una monja de su comunidad cristiana está imputada por la presunta desaparición de niños y niñas de algunos hospitales de la capital de España, que casualmente fueron a parar a manos de padres adoptivos que debieron pagar por ellos un fortunón…

Edificante.

Y muy cristiano…