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¿Hay un médico? – Por Román Delgado

Este martes, muy por encima de las nubes más altas que miran a la tierra; con los cirros por debajo del avión, alguien, y debió ser el sobrecargo (o la sobrecargo, que ni me enteré de cuál era el género), gritó alertando de que hacía falta un médico. Pero esta vez, y creo que no es habitual que se dé tal circunstancia, con todos los doctores que hay en esta España y que se mueven a diario de un lado para otro, ¡sorpresa!, nadie levantó la mano. Así que el avión en que yo y muchos más viajábamos desde Tenerife con destino a Madrid, a la siempre pintoresca y carnavalera Fitur, con políticos locales y funcionarios por todos los lados, no llevaba en su interior a un médico. Como no había médico, la tripulación de cabina se las tuvo que apañar como buenamente pudo, y es que a un señor algo mayor le había dado un pequeño achuchón, sólo esto. No fue nada, pero la muchedumbre, que la aeronave iba repleta de lo que ya dije…, se llevó un susto fabuloso, sobre todo porque no es plato de buen gusto tener que volar hasta el aeropuerto más próximo con un fiambre a pocos milímetros, aunque, si al final hay un inoportuno deceso, está claro que uno se lo termina oliendo, más en esas latas de sardinas en que hoy se han convertido los aviones. “Por favor, ¿hay un médico en el vuelo?” Qué altere. Antes, y ya puedo decir que he viajado un poquito, esa solicitud no había tenido el placer de escucharla en el aire. En fin, que pidieron un médico y no hubo médico, que es, y me viene al pelo, lo que más hoy hace falta a España: un buen médico, o mejor, un equipo médico con todos los galones para curar la enfermedad que padece el país y que tiene infectados a casi todos los políticos. Otra cosa no, ¡pero un buen médico…! Y cuanto antes sea, ¡mejor! No debe ser difícil hallarlo fuera del avión, y ponerlo a disposición de esa pomposidad elegida por la ciudadanía, y que, tras el chequeo, confirmen el diagnóstico y actúen. También cabe la liquidación; o sea, la eliminación del que no tenga solución. El sobrecargo (o la sobrecargo…) preguntó por un médico y yo tuve la infinita mala leche de pensar que el que se moría era un político.

Lógico. Fue una llamarada irracional, que allí, en el aire, no falló nadie. También pensé si acaso a más de 800 kilómetros por hora y a 10.000 metros de altitud la muerte sabe a otra cosa a los que siguen con vida. Seguro que sí. Luego.

@gromandelgadog