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Imperio tecnológico – Por Juan Manuel Bethencourt

   

Hay muchas lecturas posibles tras la contemplación de un filme tan caudaloso como La noche más oscura, sin duda el mejor producto de la actual cartelera. Esto no es crítica cinematográfica, pero no está de más subrayar la formidable tensión narrativa con la que Kathryn Bigelow, amparada en recursos técnicos ilimitados, relata el camino a través del cual la maquinaria informativa y militar de Estados Unidos fue capaz de dar primero con el escondrijo de Osama Bin Laden para acabar con él posteriormente. El alarde del celuloide (el relato de la operación de comando para matar al terrorista, simplemente sublime, se lleva la palma en este sentido), camina en este caso paralelo al coste en recursos y vidas (propias y sobre todo ajenas) que para Estados Unidos supone su actual misión imperial.

La Historia, que también exhibe condición circular, ha querido que la simbología de la superpotencia adquiriera desde el principio una inquietante similitud con la del Imperio Romano, evidencia de manifiesto ante la contemplación de los edificios que representan su inmenso y sin embargo siempre amenazado poder. La película plantea que con el paso de los años y los presidentes-emperadores pueden cambiar los métodos, pero no los fines, en este caso la devolución del golpe gigantesco que para Estados Unidos supuso la fecha del 11 de septiembre de 2001. El apéndice propagandístico de La noche más oscura nos recuerda que cuando a la maquinaria de las barras y estrellas se le mete entre ceja y ceja un objetivo no hay medios fuera de su alcance, pues su determinación es infinita, fanática incluso, y en ella hay sitio para aguerridos soldados con equipamiento cyborg, torturadores que parecen disfrutar en la tarea y jóvenes aleccionadas para dar a la patria hasta el último gramo de su abundante talento. El personaje principal, magistralmente conducido por Jessica Chastain, es una agente de la CIA que, frágil en apariencia, evoluciona hasta convertir la caza de Bin Laden en una cuestión de autoestima personal y prestigio en la agencia de espionaje que la reclutó desde el instituto. En el relato coral no faltan los detalles preocupantes, como cierta tentación parafascista derivada del culto a la fuerza, cuestión en la que no hay diferencia alguna entre los mandatos de George W. Bush y Barack Obama, dos halcones en materia de seguridad. Y se desprende el mensaje de que Estados Unidos, la primera democracia mundial, podría convertirse, como ya advirtió Benjamin Franklin hace dos siglos, en una república autoritaria.

@JMBethencourt