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Isaac Abravanel – Por Luis Ortega

   

Enraizados en la tradición, divulgados en una de las escenas más difundidas de la Vida de Jesús, los Reyes Magos de Oriente (la doble condición no aparece en todos los textos), cumplen en España y en las áreas geográficas de su influencia un papel grato y popular -traer los regalos a los niños, al modo de Santa Claus o San Nicolás, la Befana (una bruja buena que alterna con Babbo Natale, en Italia) o el Viejito Pascuero de distintos países de América Latina-. El prurito católico de refrendar los Evangelios canónicos y, en concreto, la “especialmente luminosa” Estrella de Belén, que nombró Mateo, encontró en el humanista y banquero judío Isaac Abravanel (1437- 1508) una estimable base histórica. En sus Comentarios y Ensayos sobre el Antiguo Testamento, el escritor – que pertenece a una antigua familia hebrea instalada en Sevilla y que había trabajado en la recaudación de impuestos y como prestamistas de la Corona- habló del influjo extraordinario que el acercamiento de Júpiter y Saturno provocaría en el nacimiento del Mesías prometido. Johannes Kepler, en 1603, invocó esas citas que, en el primer cuarto del siglo XX, el erudito alemán Schnabel descifró una tabla encontrada en la destruida ciudad de Sippar, famosa en la antigüedad por su Escuela de Arqueología, que relataba la conjunción de esos dos planetas en la constelación de Piscis, ocurrida en el año siete antes de Jesús. La regleta de barro se encuentra ahora en el Museo de Berlín. (Ya sabemos que la cronología del Nacimiento y Muerte del Jesús histórico es fuente de una controversia menor que no cuestiona, en absoluto, su existencia). Ese hallazgo de 1925 bastó para verificar el Misterio de la Epifanía y la autenticidad de los restos mortales de los Magos de Oriente, rescatados por Santa Helena, la madre del emperador Constantino -que acopió numerosas reliquias, desde el Pesebre hasta la Cruz, en los Santos Lugares- y, después de muchas vicisitudes, trasladados de la actual Estambul a Colonia, en cuya Catedral, construida para este fin, reciben culto. En esta mañana, volvemos todos a la infancia, sea cual sea nuestra posición religiosa, y los niños que recibieron los regalos verán sobre el portal de corcho o resina, entre la mula y el buey, que se resisten, como nobles brutos, a abandonar tan privilegiado lugar, una estrella de bombillitas, cristal o escarcha que guió a los misteriosos y generosos personajes y que, aún en los malos tiempos, ejerce como guía en la noche mágica.