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¿Juegos Olímpicos?, no, gracias – Por Fermín Bocos

Por tercera vez consecutiva, Madrid intenta conseguir la designación como sede de los Juegos Olímpicos de 2020. A la tercera va la vencida, dicen los optimistas, sin pensar que la aventura nos costaría un ojo de la cara. Quienes echan cuentas y ven que -pese a las infraestructuras ya construidas- la jugada nos saldría por algo más de 1.400 millones de euros, se llevan las manos a la cabeza y se preguntan si es que no hay nadie capaz de ver que por mucho que diera de sí el hipotético retorno, lo único tangible es que el Ayuntamiento de Madrid -desde los tiempos de alcalde de Alberto Ruiz-Gallardón- arrastra una deuda estratosférica que supera a la suma de lo que deben el resto de los consistorios españoles.

Pese a ello, los defensores de esa suerte de huida hacia adelante insisten en las ventajas que aparejaría la organización del evento de cara a potenciar lo que los publicistas han dado en llamar la marca España. Es indudable que al igual que ocurrió hace 20 años en ocasión de los Juegos Olímpicos de Barcelona, un acontecimiento deportivo de tal magnitud, por decirlo con una frase, también muy al uso, coloca en el mapa, ante los ojos del mundo, a la ciudad que los organiza. Sería estupendo, pero no nos lo podemos permitir.

Por el coste elevado de la operación en sí, lo presupuestado equivale a la mitad de lo ahorrado por el Gobierno tras congelar las pensiones; por la deuda que arrastra el Ayuntamiento promotor y, por último, aunque no la última de las razones para declinar participar en semejante aventura, porque sería contradictorio respecto de la política de austeridad que predica el Gobierno de Rajoy.

Visto que la cuenta de la fiesta se repartiría a partes iguales entre las administraciones local, autonómica y estatal, recordemos que la Comunidad de Madrid ha recortado 500 millones de euros destinados a la sanidad pública y tienen a todo el sector en pie de guerra, y no olvidemos que el Gobierno, amén de crujirnos con una subida generalizada de impuestos, tras haberle metido la tijera a todo lo que se mueve aduciendo que no podemos gastar lo que no tenemos, está deshojando la margarita de si pide o no el gran rescate al Banco Central Europeo.

En estas condiciones, más que aventura parece una temeridad. En resumen, sería bonito, pero no nos lo podemos permitir ahora.