X
nombre y apellido>

Martín Chirino – Por Luis Ortega

   

Para este escultor canario que conjuga potencia y elegancia, herencia totémica y legado clásico, tras un amplio y azaroso recorrido la patria reconocible, la Ítaca del eterno viajero, es el mar. Esa es la primera y más hermosa conclusión del reencuentro, cuatro décadas después, de Martín Chirino (Gran Canaria, 1925) con el cineasta Alejandro Togores, con una agenda libre para hablar de lo humano y lo divino, para ratificarse en los viejos credos o justificar, como seres libres, los cambios de derroteros que son los que posibilitan los mejores hallazgos. El escultor del hierro es el espléndido producto de una larga conversación, recuperada en el tiempo, donde los interlocutores se posicionan ante el arte que, sólo a veces, se corresponde con la vida, y ante la vida, un arte torrencial que exige permeabilidad sensible del sujeto. En mi experiencia profesional y en el horizonte de mis gustos por el género documental, no recuerdo un trabajo monográfico dedicado a un personaje más preciso, hermoso y meditado que el realizado por Togores y María Pérez sobre este creador canario, fundador, ideólogo y, también verso suelto del grupo El Paso, pionero del expresionismo abstracto, alma mater y primer director del CAAM, metido hoy en el pozo abisal de la costumbre.

Estamos ante una producción compleja de setenta minutos, con localizaciones diversas y escogidas, Atlántico por medio, con rescates de material inédito de etapas capitales y con un sólido guión que, como las esculturas del maestro, enseña la naturalidad leve detrás de la cual hay sabiduría, conocimiento recíproco de los protagonistas. Porque, frente a la primera interpretación, no se trata de un soliloquio del lírico de la espiral, sino en una conversación donde Chirino responde a las preguntas elípticas de Togores en el curso del relato -neutra expresión de las coordenadas espacio-temporales que se relatan con espléndidas imágenes, primorosos encuadres y secuencias de una serenidad y belleza que se contemplan como los cuadros de una exposición; respuestas también en los silencios y, además, en la cuidada selección musical que sirve de fondo a un nuevo estilo de biografía, la que se cuenta a través de la obra, como hitos de un viaje iniciático que nace y desemboca en el mar. En esa travesía vital, desprovista de tintes épicos y delirios mesiánicos, con la prístina sencillez de la verdad, el guionista y director nos presenta un ajustado retrato con paisaje, un canario sin reducciones ni fronteras, un hijo del mar, nada menos.