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El rey indecente – Por Carmelo J. Pérez Hernández

No siempre se busca a Dios por razones loables. No todos los que buscan a Dios lo hacen para vivir descansando en su verdad. Hay entre nosotros quienes dicen buscar a Dios y en realidad están embarcados en un viaje circular que conduce a las entrañas de sus miserias. Todo eso nos enseña la palabra de Dios que proclamamos hoy en nuestros templos, en el día de la Epifanía.

Ejemplo de todo ello es Herodes, el rey indecente. Su interés por Jesús no nacía de un corazón deseoso de celebrar la verdad y la vida. Buscaba al niño para acabar con él, para convertirlo en un títere más del irreal mundo que había fabricado en su cabeza, en el que su persona era la estrella en torno a la que giraba el resto de su enfermo universo.

Puede pasarnos también a nosotros, cristianos de toda la vida o recién llegados a esta fiesta. Nadie está vacunado contra la tentación de hacer de Jesús, de la fe, una cosa, en lugar de vivirlo como un acontecimiento diario.

Es más, estoy seguro de haber compartido parte de mi vida junto a personas que, quizá por agotamiento, quizá por dejadez, habían hecho de su fe y de sus compromisos cristianos “un tema”, en lugar de una experiencia. Se cansaron de Dios y se dedicaron a la Iglesia, recuerdo que pensaba en esos casos. Y mucho más aún: me reconozco a mí mismo entre quienes en alguna ocasión han desvirtuado el amor primero a Jesucristo, que me ha llamado. Y es que la fe da mucho juego a la hora de adulterarla: como no hay un medidor de cristianismo, es posible subirse al carro de la rutina creyente mientras el corazón y sus verdaderos intereses campean lejos de donde nos ponemos de rodillas. ES posible ser Herodes y parecer un rey mago al mismo tiempo. Eso nos permite guardar el tipo ante los demás, y sumirnos en una espiral de sinsentido que arrasa nuestro más preciado tesoro: la relación personal con Dios, única garantía de que somos lo que estamos llamados a ser.

Todos los cristianos debemos estar atentos para no poner la tienda en esos jardines, donde no es difícil pisar sin apenas darse cuenta. Comienza uno por descuidar el trato asiduo con Dios por mil razones justificadas, y termina desorientado, perdido en medio de una nada donde Dios no habita. Obligado a seguir corriendo tras una estrella que ya no alumbra.

Aunque ser creyente es ser peregrino, a menudo es mejor sentarse y esperar antes de ponerse en camino. No sucumbir al primer impulso, a la primera respuesta fácil, y plantearse qué razones nos hacen salir en medio de la noche a la búsqueda del niño.

Y mientras maduramos, habrá que volver a menudo a ese oasis en el que nos preguntamos por qué nos pusimos en marcha un día. Es cierto que nos sostiene el eco de miles de millones que antes de nosotros pisaron los mismos caminos, pero no es suficiente confiar en lo que han dicho otros de él. No todos saben la verdad, ni nos han influido para bien. Herodes no la sabía y, sin embargo, pretendió enseñar a los magos. Hay cientos de razones para buscar a Dios en la Iglesia. Pero sólo una es válida: Dios mismo. Hacer más limpios nuestros pasos, sanear nuestras razones, es el objetivo de este largo peregrinar. De lo contrario, tienen razón los que nos acusan de no ofrecer nada verdaderamente original al mundo. En realidad nos están acusando de ser Herodes.

@karmelojph