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Servicios discretos – Por Rafael Martínez-Simancas

   

Aquí se ha llevado mucho el informe bajo cuerda y la lista de no afines al régimen (un cuaderno negro en el que se anota el nombre de quienes no participan en el aquelarre entusiasta del poder). Esos trabajos cotizan bajo el epígrafe de “servicios discretos”, nunca se sabe quién está detrás pero el mercado ilegal de informes es un próspero negocio. En democracia lo inauguró Juan Guerra que tenía a gala recibir de manera recatada en un despacho de la Junta de Andalucía y allí te daba un “cafelito” y él ya se ocupaba de lo tuyo. Aquellos fueron los tiempos de las pólizas y los documentos entregados con tres copias de papel. A Juan Guerra le sacó del despacho la ambición desmedida, un exceso de cafeína, y también el mosqueo de la policía al ver que el despacho tenía más cola de peticionarios que el Gran Poder en Cuaresma.

Jesús Sepúlveda es la última aportación a los “servicios discretos”, tan discretos eran que ni Floriano sabía a qué se dedicaba ni cuánto cobraba. De no ser por el lío que se ha montado con su ex, la todavía ministra de Sanidad, a Sepúlveda le hubiera ido de cine durante un tiempo trabajando en la oscuridad de Génova. Como no sabemos a qué se dedicaba tampoco podemos conocer de qué le han echado pero sí que su actividad laboral estaba bajo ese epígrafe de discreción que tanto gusta en los partidos. Este tipo de agentes si son sorprendidos dirá que están ahí para echar una mano, ¿a quién?, pues al jefe. Y esa mano puede ser un informe sobre la quiniela o una relación de tertulianos desafectos.

A Sepúlveda le ha pasado lo que cuentan que le ocurrió a Miguel Mihura cuando escribía guiones en los años treinta en Hollywood: le fueron a echar pero como no tenía despacho no le podían dar la carta de despedido y así estuvo un buen tiempo. Los americanos son muy mirados con la ley, Mihura se tenía por anarquista burgués y no le daba la gana ocupar un despacho con su nombre escrito en la puerta. Pues lo mismo le ha ocurrido a Sepúlveda porque tampoco tenía despacho ni casillero para las cartas en Génova. Es sabido que no hay nada mas definitivo que lo provisional de tal forma que ha pasado unos años cobrando sin que sepamos para qué, misterios del mangoneo universal.

En la tarjeta de visita de Juan Guerra como en la de Jesús Sepúlveda podría leerse: “aquí un amigo para ayudar”, y con eso uno sabría que estaba ante un confesionario legal que recoge peticiones a cambio de ser trasladadas a dónde conviene. La comisión, es decir la factura, se la pagamos entre todos porque para eso los partidos viven de la mamandurria pública con cierta alegría hasta que les pillan.