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La huella indeleble del Adelantado Fernández de Lugo en La Laguna

   

AGUSTÍN M. GONZÁLEZ | Santa Cruz de Tenerife

La Laguna fue el lugar donde el Adelantado Alonso Fernández de Lugo decidió asentar la primera capital de la Isla de Tenerife. La eligió por su lejanía de la costa que la hacía más segura frente a los frecuentes ataques de piratas, por la riqueza de sus suelos y por la existencia de una laguna que la convertían en el lugar idóneo para desarrollar una población. Pero el humedal fue disminuyendo de tamaño progresivamente por la roturación del bosque colindante y, también, por su utilización para abrevadero del ganado, consumo de la población y para el riego de las fincas de cultivo. Pese a eso, y pese al crecimiento urbano, esa laguna natural siguió estando bien presente hasta en el siglo XIX. Concretamente, en 1837 se realizó una obra de ingeniería que supuso la apertura del canal de desagüe del lago y eso prácticamente provocó la desaparición del embalse natural.

Fernández de Lugo dejó su huella indeleble en Aguere, y no solo por haber elegido el lugar donde decidió asentar la ciudad. Explican los historiadores que La Laguna de hoy es heredera directa de sus elecciones, predilecciones y de sus profundas creencias religiosas. De hecho, aunque en años distintos, el Adelantado hizo coincidir la fundación de las capitales de Tenerife y La Palma con el día de la Cruz. Años después decidió el traslado de su domicilio desde la Villa de Arriba, en el entorno de La Concepción, hacia la Villa de Abajo, la zona donde se alza el Ayuntamiento. La decisión del regidor se recogió en los acuerdos del Cabildo. Con su mudanza obligó a los vecinos a instalarse en la Villa de Abajo, prohibiendo todo tipo de comercio y construcción en la Villa de Arriba. Hasta llegó a decretar multas económicas para los que se atrevían a levantar construcciones ahí. Otro hecho relevante fue el pulso de poder que mantuvieron el Adelantado y la Iglesia, y que, según algunos cronistas, motivaría la famosa curva de la calle de La Carrera. Aseguran que fue diseñada así adrede por Fernández de Lugo para no ver La Concepción desde su casa.

LA LAGUNA 1890 - FEDAC

Vista de La Laguna con la iglesia de La Concepción (1890). / CEDIDA POR LA FEDAC (AUTOR DESCONOCIDO)

Los restos de Alonso Fernández de Lugo -que falleció en 1525 envenenado por sus hijos- descansan en la actualidad en la catedral de La Laguna, aunque originariamente fue enterrado en la ermita de San Cristóbal, en la plaza de Abajo, y más tarde, por deseo testamentario, fue trasladado a la antigua Iglesia de San Miguel de las Victorias, del convento franciscano. Pero tras el incendio del 28 de julio de 1810, que destruyó el convento, los restos de todos los sepultados en dicho lugar quedaron al descubierto, en un estado de total abandono. El solar se convirtió en una huerta durante décadas. Después de un tiempo de búsqueda, el 18 de junio de 1860 se encontró el sepulcro perdido y olvidado del conquistador de la Isla. Los restos se guardaron en una caja de caoba en la sacristía del clausurado convento de San Francisco, hasta que en 1878, el general Valeriano Weyler, como capitán general de Canarias, instó al Ayuntamiento de La Laguna a dar una digna sepultura al Adelantado. El 1 de agosto de 1881 se procedió al traslado de sus restos a la Catedral.