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¿Cuándo? ¿En qué momento? – Por Cristina García Maffiotte

Hace años, en un viaje a Copenhague, un amable guía nos llevó hasta el parlamento danés y se rió de nosotros, un nutrido grupo de escandalosos españoles, cuando en vez de abrir la boca de admiración por la belleza del edificio, lo hicimos por ver llegar a su ministra de Vivienda en bicicleta. Sin escoltas ni parafernalias. Solo ella y su bicicleta.

Pero esa sorpresa no fue nada cuando, un par de horas después, en un parque cercano, vimos a la misma ministra, sentada en un banquito, sacando de un táper el sándwich que se había hecho en casa. La señora, con una servilletita de papel puesta sobre las rodillas, iba comiéndose lo que se suponía era su almuerzo con tranquilidad, mientras veía la gente pasar, aprovechando, como todos los que estaban en ese parque, un tímido rayo de sol que apenas calentaba el ambiente. Cuando terminó, dobló la servilleta, la metió en su fiambrera, se estiró y, caminando, cruzó el parque para volver al Parlamento. En el camino, una señora se le acercó. Vimos cómo se saludaban. Parecía claro que no se conocían, se dieron la mano y hablaron unos minutos. La ministra sacó de la misma mochilita en la que guardaba el táper una libreta y tomó nota de algo. Seguramente, o eso quisimos pensar, era una ciudadana haciéndole una pregunta que, confiamos después de ver la escena, recibiría una pronta respuesta. Tras esa breve conversación, cruzó la calle y volvió al Parlamento.

Todos estábamos sorprendidos. Nosotros por la escena que habíamos visto y el guía porque no entendía qué era lo que tanto nos llamaba la atención. “Es lo normal”, nos repitió una y otra vez todavía preocupado porque no habíamos sido capaces de cerrar la boca del asombro.

“Lo normal”. Lo normal es eso, nos repetimos a nosotros sin entenderlo en aquel momento.

El eco de aquella anécdota me llega ahora y no dejo de preguntarme cuándo, en qué momento, nosotros dejamos de considerar eso normal.
Cierto es que en este país las amenazas terroristas nos obligaron a poner espacio de seguridad entre el político y la calle pero ¿era necesario tanto? ¿Cuándo se nos fue de las manos hasta el punto de que ahora sean los políticos los que piden orden de alejamiento de los ciudadanos a los que, se supone, deben servir?

Cuándo permitimos que el natural y lógico respeto al cargo electo diera paso al servilismo. Cuándo se olvidó en este país que el ciudadano no sirve al político sino que debe ser al revés. Cuándo el coche oficial y el gasto de representación pasaron de ser excepción a derecho y privilegio. Cuándo dejó de tener importancia la formación, la capacidad, la experiencia y la vocación de servicio público para dedicarse a la política. Cuándo dejamos de pedirles cuentas y no me refiero a votar cada cuatro años. Pedirles cuentas como en Estados Unidos o países europeos donde los ciudadanos auditan el trabajo de los políticos día a día.

En qué momento permitimos que las promesas electorales dejaran de ser un compromiso con el ciudadano para convertirse solo en titulares llamativos que asumimos y aceptamos como mentiras. Cuándo dejó de importarnos que se aislaran.

En qué momento nos olvidamos de la necesidad de que respondieran a las preguntas de los periodistas. Cuándo dejó de importarnos ver manos levantadas pidiendo respuestas a las preguntas que todos nos hacemos.

Cuándo, en definitiva, dejamos que todo empezara a irse al carajo.