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Derrumbe – Por Alfonso González Jerez

   

Mi sensación es de maravilla. Las administraciones públicas ni siquiera consiguen ponerse de acuerdo (ya no política, sino técnicamente) para organizar e impulsar un programa que proporcione un desayuno decente a varios miles de niños en la capital tinerfeña. No voy a insistir en las advertencias: me cansan, me hartan, me asquean en su inutilidad. No voy a repetir que los representantes políticos que lamentablemente han coincidido con esta hora nefasta están jugando con fuego y pueden terminar como bonzos involuntarios. Hace unos días una amiga recordaba unas líneas de Las uvas de la ira, una novela singularmente actual de John Steinbeck, en las que quedaba claro que un hombre con hambre o que ve pasar hambre a sus hijos deja de ser sensible a la coacción. Un hombre o una mujer que ven pasar hambre a sus hijos, que los ve flacos, cansados y doloridos, termina por perder cualquier miedo a la autoridad, y hablo de miedo porque del respeto no queda ni rastro. Mientras esto se derrumba a pedazos uno tiene que escuchar al presidente del Gobierno deslizar rumorosas acusaciones al PP por las prospecciones de Repsol o al secretario general del PP hablar de los apestosos efluvios que emanan de la comisión gestora de la Fundación CajaCanarias o al estólido consejero de Educación -según la leyenda, secretario general del PSC-PSOE- naufragar sin perder su progre postureo en un infinito océano de memeces sobre las plantillas docentes de su departamento. Esto no hay quien lo aguante y lo peor de todo es la falta de horizontes, la renuncia a la lucidez, la indecorosa ausencia de valor político. Sospecho que se entretienen con estas interminables necedades no solo por una vieja, insuperable costumbre, sino porque no tienen ni la más puñetera idea de lo que hacer para evitar la catástrofe.

En la tarde de ayer sonó un nuevo clarín admonitorio desde Bruselas. La Comisión advierte que España presenta graves desequilibrios económicos que amenazan la zona euro y lanza un plazo perentorio para acelerar lo que estos macabros humoristas llaman reformas y corregir los porcentajes de deuda pública y privada, entre otras maravillas. Ya saben qué significa esto. El último que apague la luz y que le agradezca a Soria una bajada de tarifa eléctrica que pagaremos, con intereses, a través de nuestros impuestos.