Desesperados – Por José David Santos

Las primeras informaciones hablaban de un desequilibrado. Después, descubrimos que no, que se trataba de un desesperado. El matiz es importante en estos tiempos de furia y odio. El hombre que ayer disparó con la intención “de matar políticos” en Roma estaba parado hace tiempo, divorciado y con un hijo de 11 años para el que no ve futuro. Evidentemente, esa situación no es excusa para emprenderla a tiros y herir a dos policías de gravedad, pero sí que refleja que ese pequeño paso que existe entre la desesperación, el miedo y la violencia empieza a ser demasiado sencillo darlo. Italia es el ejemplo de cómo la clase política sumida en sus dimes y diretes, en sus trifulcas palaciegas y con personajes tipo Berlusconi, vive de espaldas a todo un país que necesita que los saquen de un atolladero que está demasiado concurrido. Esos políticos eligen un gobierno digno de una charada y, mientras, un hombre con una pistola ve la televisión y, entre su derrumbarse personal y la burla de la que se siente víctima, baja las escaleras de su casa con la idea de acabar con uno de esos que se está riendo de él. Digno de una película, pero tan real como que lo sucedido en Italia no es anecdótico; todo lo contrario, es la ejemplificación de que aquí también puede pasar. Lejos de hacer apología de cualquier tipo de violencia, sigo sin comprender cómo la clase dirigente de este país sigue mirando hacia otro lado, sacando argumentos propios de seres que no pisan la calle hace tiempo. Rajoy ayer, qué macabra casualidad, se plantó ante los españoles sin una sola autocrítica, sin un ápice de empatía hacia tantos y tantos desesperados. ¿Qué debe suceder?, ¿qué horrible dato debe surgir de las estadísticas?, ¿qué rayo debe partir en dos este país para que reaccionen y nos sintamos protegidos, que ellos son los que están a nuestro servicio y no al revés? Las respuestas dan pavor… El silencio también.

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