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Nuevas guerras – Por Luis Alemany

   

Pudiérase decir que la violencia institucional -entre países- ha adoptado en el siglo XXI, que comienza, la inquietante estructura de los atentados, reivindicadores de unas determinadas ideologías largamente enfrentadas en una tensión siempre latente -en mayor o menor medida-, a cuyo través se produce la acuciante provocación sangrienta, tal como estamos contemplando, a través de los últimos acontecimientos sucedidos en Estados Unidos; abandonando así la premiosa estructura bélica convencional, que tal vez está llamada a desaparecer definitivamente bajo el signo implacable de unos nuevos tiempos: algo así como el refrendo definitivo de una actividad que (hasta el momento) se presentaba -de vez en cuando- como una eventualidad desestabilizadora del elegante panorama que -en última instancia- presentan las guerras convencionales, a cuyo través las sociedades democráticas curan sus malas conciencias con la aceptación (más o menos entusiasta) de su estructura por parte de todos sus miembros.

A partir de este impetuoso proceso agresivo de los atentados, las mentalidades conservadoras (la gente de orden en general: no necesariamente de una derecha radical) acusan con inquietud la zozobra que produce la indefensión del genocidio imprevisto, remitiéndose a la sentencia bíblica de que la violencia engendra violencia, reduciéndola -desde esta nueva perspectiva- a la violencia no programada, olvidando así que también la violencia reglamentada de las trincheras, los cascos y las bayonetas engendra la violencia contrapuesta de otro ejército enfrentado; hasta el punto que cabría contemplar Hiroshima y Nagasaki como atentados genocidas, inscritos en una estructura bélica convencional, que -por ello- se pretendan valorar como soslayables.

Posiblemente la estructura definitiva del atentado resulte todavía un tanto imprecisa, de tal manera que hay quien considera que su definitiva sistematización se inicia con las Torres Gemelas; aunque también cabría plantearse si no se había iniciado previamente con Guantánamo, con Irak o con Afganistán; sin olvidar los reiterados genocidios de las asumidas -hasta ahora- guerras convencionales; en función de lo cual parece incuestionable que todo atentado es la respuesta (inmediata o remota) a otro atentado, en una cadena de muy complejo seguimiento y análisis; desde la cual no queda más remedio que reconocer que el atentado de Atocha remite al atentado previo que se produjo con la intervención española en la Guerra de Irak.