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Pecados ajenos – Por Jorge Bethencourt


Paulino Rivero
se ha tirado al monte. No piensen que al presidente, en un arrebato de pasión, le ha dado por restregarse con todos los árboles de la corona forestal. El éxtasis del líder nacionalista ha sido, como las exaltaciones de un San Juan de la Cruz, más literario que otra cosa.

Lo nuevo en el discurso del presidente del Gobierno es que ha dado una vuelta de tuerca en la sintaxis nacionalista. Hay que decir -dice- basta ya a España, a las políticas “torpes, miopes y sectarias” que aplica el Gobierno de Madrid. No hay nada más socorrido que un enemigo exterior. En España le echamos toda la culpa de nuestros males a Merkel. Y es lógico que en Canarias echemos mano del viejo tópico de Madrid. No digo que no haya ciertas razones en conjurar nuestros males en ese viejo chivo expiatorio del centralismo, pero me da la sensación de que en Canarias son más las culpas propias que las ajenas.

Si en el Archipiélago hubiera querido reivindicar un acervo propio en materia fiscal y económica, algo que viene avalado por una serie de especificidades históricas, lo habría plasmado en el documento de reforma de su Ley de Régimen Económico y Fiscal. Pero no fue así. Porque en el fondo la reclamación de autogobierno es más sentimental que real. Quienes renunciaron al autogobierno fuimos los propios canarios, por el plato de lentejas de la lluvia de millones de fondos europeos y ayudas de Estado. Quienes abjuraron de sus tradiciones librecambistas fueron los propios canarios, para abrazarse a un modelo de economía subsidiada.

Los males que aquejan esta tierra están más dentro que fuera. Quien se hace dependiente de la ayuda externa pone su futuro en la generosidad de quien le mantiene. Y cuando vienen mal dadas, como es el caso, lo primero que recorta el que paga son los gastos prescindibles y la caridad ultraperiférica. En el arrebatado discurso de Paulino Rivero, hecho intramuros de su público cautivo, existen elementos reales de racionalidad pero falta, esencialmente, a la comprensión de la historia reciente de Canarias.

Los 380.000 parados de esta economía en quiebra, la torpe intervención en el frenazo al desarrollo turístico, el incremento de la fiscalidad y la maraña burocrática que ralentiza la actividad económica no son hijas de la imposición de un centralismo cuyo único pecado es que esta tierra le queda muy lejos para entenderla. Son el fruto de unas islas que ni han sabido diversificar su economía, ni han querido protagonizar su mayor sector de éxito capitalizado por inversores externos, ni han sido capaces de entender y aprender de su propia historia. Esa en la que fuimos capaces de vivir de nuestro propio talento y capacidades y en la que en vez de pedir más limosnas exigíamos pagar menor impuestos.