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El presidente austero – Por Salvador García Llanos

   

Era un tinerfeño de pro, un defensor de los valores insulares, un dirigente deportivo nada presuntuoso; era un buen hombre José López Gómez, a quien conocimos cuando, en 1977, inició su segunda andadura presidencial en el CD Tenerife.

Le tocó lidiar una etapa complicada, tanto en lo económico como en lo deportivo, de ahí que la controversia caracterizara buena parte de su gestión. Pese a poner toda la mejor voluntad del mundo, fue contestado, tuvo notables tratamientos críticos y se sintió incomprendido. Pero no perdió la compostura: su probado amor por el club le permitió superar trances amargos, como aquel descenso de categoría consumado en Vigo, en cuya estación ferroviaria le vimos llorar desconsoladamente, junto a Manolo Sanchís, entonces entrenador. Su modo de ser, su personalidad y una filosofía de austeridad hicieron que surgiera una leyenda negativa en torno a su ejercicio directivo, puede que no muy justa. Le atribuyeron caprichos y soluciones con frecuencia deformadas o exageradas. Como buen contable, solía presentar unos presupuestos y unas liquidaciones muy exactas. Fue, desde ese punto de vista, un administrador realista que a veces resolvía, con aportaciones particulares, algunas situaciones. Curiosamente, era muy ponderado en círculos federativos y otros ambientes futbolísticos peninsulares. Tuvo en su familia un sólido elemento de apoyo. Eugenio Camacho, sensible y preocupado, fue su vicepresidente y más fiel colaborador.

Defensor acérrimo de la cantera (en su primera presidencia, en los años 60, la entidad recibió el premio “Amberes” que distinguía el trabajo con las categorías de base), hubo de incorporar durante varias temporadas a jugadores de otras latitudes. Pero su sueño, su aspiración era ensamblar un conjunto con gente de aquí. Y por eso era un asiduo espectador de partidos de los filiales y del fútbol regional.

Casi completó quince años al frente de la entidad. Las tribulaciones y las adversidades se trocaron en alegría de ascenso de nuevo a Segunda, en la primavera de 1983, cuando fue paseado a hombros y cuando se bañó, literalmente, en la plaza de La Paz. Las fotos ilustraban un lógico contento, una alegría inusitada que festejó a su manera, acaso rompiendo los moldes de aquella modestia y la austeridad. En 1986, abandonaba el club, siendo sustituido por Javier Pérez.