X
Bangladesh >

El cementerio de Chittagong

   

<
>

Fotos de Greenpeace y la Federación Internacional de Trabajadores de las Industrias Metalúrgicas (FITIM)

JOSÉ LUIS CÁMARA | Santa Cruz de Tenerife

Son las 4.30 de la mañana. Como cada jornada, antes del alba, Sheik Maal besa a su mujer y sus tres hijos y se encamina en bicicleta hasta Chittagong, la segunda ciudad más importante de Bangladesh. Allí, muy cerca de la mayor playa natural del mundo, el Bazar de Cox, se encuentra un fantasmal cementerio de barcos, donde miles de jóvenes como Sheik se juegan la vida cada día desguazando buques.

Ubicada en la parte oriental del país asiático, cerca de la frontera con Birmania, Chittagong cuenta con una población de 4 millones de habitantes y en su costa se encuentra el puerto más importante de la zona, clave en las exportaciones de Bangladesh al exterior. A pesar de haber podido optar por otro tipo de industrias, los comerciantes de la zona decidieron convertir el litoral, que cuenta con algunas de las playas más bellas del planeta, en el mayor punto de desguace de barcos y reciclaje de metales que existe en Asia. 

Sheik camina lento, pausado, entre enormes moles de metal. Sin guantes, descalzo y sin seguro médico, expone su vida de la forma más irracional, con el único objeto de llevar algo de dinero a casa. “Nunca pienso más allá del día de hoy”, expone el joven bangladeshí, quien a pesar de tener sólo 27 años acumula cicatrices y el pesar de un anciano. “Desde que nacemos tenemos que luchar contra la pobreza; los que tienen suerte siguen vivos y los que no, mueren”, recalca Sheik, cuyo esfuerzo permite a dos de sus vástagos acudir cada día a una modesta escuela en el viejo barrio portugués de Paterghatta, a orillas del río Karnaphuli. “Mi padre también trabajó aquí, y desde que tenía 7 años lo acompañaba cada día”, relata Sheik, quien junto a otros niños buscaba entre la basura cualquier resto útil que poder vender luego en el mercado. “No quiero que mis hijos pasen por esto, pero no veo qué pueden hacer, porque no sé cuánto tiempo más podrán ir al colegio”, denota.

El sol ya quema, y el desguace es un hervidero. Cientos de hombres cargan pesadas piezas de acero, baten vigas con mazas y desueldan tuberías llenas de residuos, restos de grandes monstruos que un día surcaron los cinco continentes. “Primero tratamos de seguir vivos y luego trabajamos”, denota irónico Mohiuddin Hasina, de 31 años, que deja claro que “gane lo que gane, tengo que comer para coger fuerzas y seguir”. Una máxima que comparte Anand Tomui, de 24 años. Hijo de estibador, su vida está ligada a los barcos. “Fui marinero en un pesquero, pero la compañía quebró y no tuve que venir aquí para poder alimentar a mi familia”. “He oído que en Europa las cosas no están bien, que no hay trabajo; pero no me importaría poder ir hasta allí, porque seguro que no es tan duro como esto”, asegura.

Bangladesh, junto a India y Pakistán, es el principal destino de cientos de barcos procedentes de países ricos, que han encontrado en estos inhumanos cementerios un lugar en el que pagar muy poco por deshacerse de ellos. El coste real, sin embargo, son las vidas de hombres como Sheik o Mohiuddin, que se exponen 14 horas al día a tóxicos mortales, gases explosivos y planchas de acero que caen desde varios metros de altura, sin ningún tipo de protección personal, como cascos de seguridad, guantes o gafas. Greenpeace y la Federación Internacional de Ligas de Derechos Humanos prepararon durante dos años un informe titulado Fin de la Vida: El Costo Humano de Desguazar Barcos, donde estimaban que la cantidad de muertes accidentales en los astilleros de desguace de barcos de Alang, en India, y Chittagong, en Bangladesh, superaban las 100 cada año.

Más recientemente, en 2010, la Federación Internacional de Trabajadores de las Industrias Metalúrgicas (FITIM) publicó las conclusiones de un estudio sobre más de 1.600 trabajadores del desguace de barcos en Chittagong. En él se aseguraba que, como la industria emplea sobre todo a trabajadores migrantes con poca formación y protección jurídica, los desguazadores “son explotados fácilmente, no tienen voz para defender sus derechos más fundamentales y sufren graves consecuencias si tratan de mejorar su suerte”. “Este estudio nos ofrece un panorama general de la situación de explotación a que están sometidos más de 60.000 trabajadores en India y Bangladesh, expuestos a condiciones de trabajo sumamente peligrosas e insalubres, ganando la mayoría de ellos menos de 50 rupias (0,75 euros) al día”, afirma Marcello Malentacchi, secretario general de la FITIM. “Esos trabajadores figuran entre los más vulnerables de nuestros sectores, migrando constantemente en busca de empleos estacionales en los astilleros, sometidos a empleadores despiadados e ignorados totalmente por las autoridades políticas”. “Los lugares de trabajo carecen de todo, desde agua potable hasta equipo de protección y asistencia médica, y los trabajadores viven en casuchas sin saneamiento ni electricidad, inmediatamente debajo de los astilleros de desguace”, recalca Malentacchi.

Las nubes han ganado terreno al sol, pero la humedad sigue convirtiendo el puerto de Chittagong en una sauna. Son las 6 de la tarde. Después de 13 horas sin apenas descanso, Sheik sale de lo que hace años fue la proa de un gran buque de bandera bahameña. Él no es consciente de que el barco lleva en su interior grandes cantidades de amianto (cinco o seis toneladas de media por cada uno de estos mastodontes) y pinturas con plomo y cadmio, que afectan gravemente a su salud. “A veces me duele la cabeza y el pecho, pero estoy bien”, dice sonriendo el joven bangladeshí. Muchos como él acabarán sufriendo enfermedades respiratorias y cáncer. Poco importa. Acaba la jornada y todos, al menos hoy, pueden volver a casa.