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El Purgatorio > José Luis Cámara

Madres – Por José Luis Cámara

   

Aunque apenas están separados en el calendario, el Día del Trabajo y el de la Madre están indisolublemente unidos, de la misma manera que los hijos están pegados a su progenitora desde que nacen. Por eso, desde esta columna reivindico el papel de la madre trabajadora, la verdadera responsable de que este país de déspotas y necios no se haya ido ya al garete. Porque, quién no se ha acordado últimamente de la señora que dio a luz a Bárcenas; o a Urdangarin; o a Rajoy, o a Paulino. Todas ellas santas féminas que nada tienen que ver con los sujetos que portaron en su vientre. Sin embargo, no hay día que pase sin que alguien mencione a la madre de alguno de estos personajes, con todo lo que ello conlleva para la damnificada. Los hay que hasta se acuerdan de aquellas madres que malviven de la profesión más antigua del mundo, cuyos hijos aparecen en el diccionario como insulto soez y facineroso.

Y es que, como decía mi abuela, una gran madre, “hay madres y madres”, pero todas tienen un denominador común: se desviven por sus hijos, sean buenos, malos o regulares. La mía, que para mi es la mejor de todas, me enseñó que hay que perseguir los sueños, aunque eso implique elegir una profesión cargada de obstáculos, mal remunerada y nada agradecida. Después de cambiar cientos de pañales, de lograr a duras penas que me tomara el desayuno, de desenmascarar mis miedos y de lidiar con mis caprichos, sonrió estoicamente cuando me fui de casa la primera vez. Aunque no estaba demasiado lejos, aquella separación fue para ella casi tan dura como cuando le cortaron el cordón umbilical. Con el tiempo, mis regresos se fueron espaciando, y en un momento dado puse tantos kilómetros de por medio que mis viajes a casa llegaban con cuentagotas. Aun así, ella siempre estuvo y está ahí, como el primer día. Con sus manías, sus temores y reproches.

Ya no cambia dodotis ni me acurruca a su lado las noches insomnes; tampoco me obliga a comerme el pescado (ya lo hago yo solo); ni siquiera me recuerda la hora a la que tengo que volver de madrugada. Siempre está a mi disposición, las 24 horas del día, 365 días al año. No coge domingos ni festivos, tampoco vacaciones. Es madre por devoción y convicción. Debería cobrar un buen sueldo, aunque estoy convencido de que lo haría gratis. Y eso que aguantarme tanto tiempo sin rechistar tiene mucho mérito. Pero ella nunca se queja. Por eso, para el año próximo, yo propongo que el Día del Trabajo y el de la Madre se unifiquen, porque no hay trabajo más complejo que ser madre, ni mejor recompensa para ellas que saber que un hijo reconoce el trabajo bien hecho.