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Adiós a la vida – Por César Martín

Me estoy muriendo. No se cuánto tiempo me queda, pero es así. Es una realidad constatable y no tiene vuelta atrás. Quizás debería haberme dado cuenta antes, y quizás lo hice, pero muchas veces no atendemos a razones. Puede ser que no llegue tan siquiera a ver el artículo de esta semana publicado. Y es que el tiempo que vivimos es finito. No sé si me quedan horas, días, meses o años. ¿Quién puede saberlo? La condena está ahí y la certeza de la muerte me encontrará, como me encontró la de la vida. En el momento en el que nacemos lo único que podemos tener claro es que esto sucederá, tarde o temprano. Luego, en el transcurso de la vida, nos encargamos de crear el fantasma y alimentar la negación. El miedo nos arrolla y nos hace tapar lo innegable. En nuestra cultura occidental hemos crecido con el mito de la inmortalidad y la búsqueda de la eterna juventud. No se habla de la muerte. Huimos de ella en una carrera desesperada. El abuelo se fue de viaje he llegado a oír como recurso para explicar a un niño el óbito del anciano. Siempre me quedé pensando si no era más terrible la espera de su regreso que aceptar la misma muerte. No queremos enfrentarnos a nuestra propia naturaleza y arrastrados por una sociedad de máscaras y apariencias, proyectamos nuestra frustración en los más jóvenes. Luego vienen los desengaños y no se entiende la vida. Convertimos así nuestra existencia en una contrarreloj para evitar lo inevitable, sin darnos cuenta de lo que acontece entre medias. Cosas como una sociedad que nos vende la esperanza de vida mientras nos contamina con productos tóxicos en aguas, alimentos, envases… Y si no nos envenenan, nos matan a disgustos. Tal vez sí, vivimos más años, pero me pregunto si con calidad. A veces pienso que la peor plaga para el ser humano es el mismo ser humano. Venimos con fecha de caducidad, que dice una amiga. La certeza de que esto será y es así, ley de vida que dicen los sabios de mi pueblo, no debe ser un motivo para tener miedo. Si supiéramos el momento exacto de nuestro fallecimiento seríamos más conscientes del valor del tiempo que vivimos. En Tosca, la ópera de Puccini, se refleja este amor a la vida en el extremo, en una obra que recoge los grandes temas de la existencia del ser humano. Quizás por eso, me uno al personaje de Mario Cavaradossi y consciente de un final, más o menos próximo, canto aquello de E non ho amato mai tanto la vita!

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