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El bueno de Bernardo – Por Juan Manuel Bethencourt

Recuerdo al bueno de Bernardo Morales en su salsa, como maestro de ceremonias en aquellos encuentros que este periódico celebraba en el sur de la Isla, su ámbito natural de actuación informativa. Lo primero que llamaba la atención era la capacidad de convocatoria que allí mostraba el DIARIO, relacionada sin duda con la trayectoria de Morales en las páginas del Decano como corresponsal en esta extensa y fascinante zona de Tenerife. Por dos sencillas razones: porque fue el primero en llegar y porque cuando lo hizo fue para quedarse. El diálogo con los alcaldes, empresarios y agentes sociales del Sur ha tenido siempre, al menos a mis ojos, un aire quejoso, así como un regusto de incomprensión mutua. Ellos aludían a las carencias de sus municipios y nosotros, los periodistas de la casa criados en el área metropolitana, no dejábamos de envidiar la creciente prosperidad incubada al amparo del desarrollo turístico y el auge de la construcción residencial, hoy periclitada. En ese contexto era Bernardo el único capaz de entender ambas realidades en su plenitud, por haber vivido no solo los oropeles recientes (y sus dificultades posteriores, las de estos años), sino también la lejanía física y emocional que modeló los años pretéritos. Y ahí entro en el otro argumento que me remonta a la figura de Morales. Aludo a la hemeroteca. Los actos que DIARIO DE AVISOS organizaba con agentes sociales y económicos del Sur estaban siempre acompañados por la referencia a lo publicado en el pasado, a los paneles que acreditaban un compromiso de años con la sociedad del lugar, al periodismo corriente pero vivo, que anunciaba proyectos, denunciaba injusticias y estaba muy cerca del pueblo en las fiestas patronales de cada año. Aquellas sábanas inmensas escritas a máquina, los textos y con frecuencia también las fotos que llegaban a Santa Cruz en la guagua de las seis, llevaban la firma de un periodista todoterreno, que se batía el cobre a diario, que tiraba de agenda siempre en beneficio de la tarea informativa, que afrontaba sin pestañear, impulsado por pura vocación, aquellos horarios maratonianos entre la sucursal del banco y la redacción, entonces ubicada en los Apartamentos Reverón. Allí hice muchas tardes de faena, en los veranos inolvidables, por felices, de la Universidad de Adeje, conversando con Bernardo sobre la política local y las esencias de la mentalidad sureña. Una escuela formidable a cargo de un tipo ancho en bondad y sabiduría que acaba de dejarnos. Descanse en paz.