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Educar para la libertad – Por Ernesto Rodríguez Abad

Estos días he vuelto a la relectura de algunos fragmentos de El niño la novela que escribió Jules Vallès en el siglo XIX. Aún no se habían elaborado los derechos de la infancia, aún no se hablaba de la escolarización obligatoria para todas las clases sociales, aún los niños eran meros trabajadores gratuitos… Mas ya la escuela aburría.

En la ficción la novela El niño se ocupa de la azarosa infancia y primera adolescencia de Jacques Vingtras, trasunto del propio Vallès.

El Niño va creciendo, entra en la escuela y pasa a describir un sistema educativo absurdo, encorsetado, basado en la competitividad feroz, demostrando un desinterés total por el alumnado. Ganar premios, ser el primero de la clase es el objetivo perseguido, el aprendizaje es algo secundario. Jacques se aburre, no se siente estimulado, máxime cuando por su origen humilde se ve obligado a demostrar continuamente su valía como estudiante.

Parece que no ha pasado el tiempo. La escuela sigue potenciando la competitividad, premia o castiga, adoctrina, pule el pensamiento. No crea personas libres.

Vingtras, como tantos niños, suspira por la libertad. A veces, el protagonista sueña escapar, embarcar como polizón en un navío que le transporte a tierras lejanas. Otras, es simplemente el deseo de otra vida, sobre todo cuando describe los días de vacaciones pasadas en el campo, dedicado a las faenas agrícolas que le resultan mucho más atractivas que la vida gris de estudiante humillado. También le atrae la vida de obrero, considerando que con un oficio sería libre.

Seguimos dando bandazos con leyes educativas que no tienen en cuenta el factor humano. Miles de niños y niñas en el mundo son vejados, explotados o maltratados. Seguimos cerrando los ojos a los grandes problemas, continuamos considerando la educación como una preparación para el mundo laboral, no como un desarrollo de las capacidades de cada persona. Los políticos, por otra parte, manipulan la educación para captar votos, para satisfacer a sus benefactores, pero no piensan que las leyes de educación deben ser puramente científicas y humanistas, nunca debe inclinarse la preparación de un niño ante el pensamiento de un mandatario. El mayor objetivo de educar debe ser siempre crear hombres y mujeres libres, con un pensamiento propio. Es tan deshonesto crear leyes para poner la educación al servicio de una ideología como amenazar reemplazar la ley existente por otra cuando se llegue al poder.

La educación es un asunto de estado, no de partidos. Entendiendo estado como un concepto que protegerá el sistema educativo de las veleidades políticas, de las influencias ideológicas, religiosas o de los adoctrinamientos. Hay que propiciar unos planes de estudios de larga duración, donde podamos desarrollar las capacidades, donde podamos pulir los fallos. Unas normas educativas acordes con el siglo en que vivimos: modernas, tolerantes, creativas.

En este mundo de productividad desmesurada, de presión financiera tenemos que luchar por unas leyes educativas que hagan prevalecer las capacidades humanas. Gianni Rodari asegura que hacen falta seres humanos creativos, imaginativos, que sepan luchar contra este tipo de jerarquía que hay en las escuelas y en la sociedad. La fantasía es un arma contra este poder. Es este mundo de la imaginación y la creatividad un camino hacia el pensamiento libre.

No podemos permitir que las ideologías recorten o manipulen el conocimiento. Educar es hacernos viajar al mundo del pensamiento, del arte, de las ciencias… Educar es darnos la llave del camino que nos lleva hacia la libertad.

Durante muchos años he impartido clases, he visitados escuelas y he participado en muchas acciones en educación. Siempre defenderé al docente que se implica, lucha y tiñe con su ilusión las aulas. Gracias a la dedicación de tantos maestros y maestras comprometidos con su tarea hemos salido adelante, mientras los políticos elucubran y hacen caer la losa de la burocracia sobre la hermosa tarea de enseñar.

Sólo añado para acabar esta humilde reflexión que no podemos crecer si cada cuatro años hay un cambio en la ley, si no nos dejan madurar y si no nos hacen sentir seguros en nuestra tarea. Y, señores responsables de llevar las riendas del país, les pido que nos regalen ilusión, que nos transmitan alegría para desarrollar nuestro trabajo, no más desaliento que como el niño de Vallès hemos de tomar las reinas de nuestras vidas y eso sólo se hace desde un honesto sentido del aprendizaje y de la libertad.

Miramos hacia el exterior buscando soluciones, nos comparamos con otros pueblos, queremos copiar las perfectas normas de educación de otros países. La solución no es esa. La reflexión es la vía para encontrar el camino. No podemos trasplantar un plan nórdico o americano a nuestra tierra, pues son reflejos de otras sociedades. Lo que tenemos que hacer es buscar en nosotros mismos.

Hemos de trazar un plan de estudios partiendo de nuestra realidad social, de nuestra idiosincrasia, para así poder crecer, madurar, desarrollarnos. Y hemos de creer de una vez por todas que la cultura de un país es una meta, un objetivo que no podemos perder. La verdadera productividad de un plan de estudios es construir identidades, hacer felices a las personas, no convertimos en productivos trabajadores de un sistema que sólo piensa en la gente como moneda de cambio.