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Reforma de las pensiones – Por Juan Manuel Bethencourt

Hay muchas cosas que se pueden decir sobre la reforma del sistema de pensiones. Eso sí, conclusiones, pocas. Lo primero es admitir lo obvio: estamos ante una cuestión de carácter global, que afecta al mundo occidental en su conjunto, a ese espacio común que se reconoce a sí mismo dentro de las reglas del llamado estado de bienestar. Por tanto, cualquier comité de expertos choca con una realidad palmaria según la cual la pregunta no concierne a un Estado u otro, sino a todo el Primer Mundo. Y los sistemas de pensiones, por ejemplo en el ámbito de la Unión Europea, terminan por parecerse mucho, hablamos de variaciones sobre el mismo tema, de cuotas e impuestos, de periodos de cotización mínima, de edades para alcanzar la jubilación y con ello una prestación digna que recompense toda una vida de esfuerzo. Y hablamos asimismo de medidas con un impacto en el bolsillo de hoy pero destinadas a producir efectos dentro de mucho tiempo, porque en los sistemas de reparto son los cotizantes actuales quienes pagan las pensiones de hoy, no es cierto que cada cual se abone la pensión con el sudor de su ahorro; eso sería un sistema de capitalización claramente privatizable. Pedir ahorro hoy sin condicionarlo a un explícito premio futuro es una cuestión difícil; es por ello que la Seguridad Social es el agujero negro del sistema político democrático tal y como ha sido concebido, porque el impacto de una reforma dura treinta años y el gobernante que la adopta comparece en las urnas cada cuatro, o sea, que estamos ante una ecuación simplemente irresoluble. El Gobierno del PP ha optado por tirar del libreto habitual con un comité de expertos cuya composición ha levantado no pocas suspicacias; demasiada gente conectada con el sector financiero en general y con las aseguradoras privadas en particular. Se dirá, y con razón, que los profesionales solventes en una materia tan específica terminan por colaborar, de un modo u otro, con aquellas corporaciones que se pueden permitir el acceso al talento, de modo que cualquier comité de sabios, salvo que estuviera compuesto por monjes tibetanos, correría peligro de contaminación ideológica o conflicto de intereses. Tenemos que ser honestos y admitir que estamos ante una tesitura muy difícil, en la que tirar por tierra un sistema de protección redistributiva no puede ser la opción. Y mantener las cosas como cuando la esperanza de vida era treinta años mejor, pues tampoco, porque los números, tozudos, no salen.

@JMBethencourt