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Discriminación positiva – Por Jaime Rodríguez-Arana*

Una de las formas más conocidas de alcanzar la igualdad es, según algunos, la discriminación positiva. En esencia, se trata de ayudar directamente a determinados colectivos que ciertamente están lejos de la integración social, de la normalidad social. En el caso del acceso a la universidad en EE.UU., Sander y Taylor, conocidos filósofos, acaban de publicar un libro en el que ponen en cuestión las denominadas políticas de preferencias operadas en este país en los últimos años. En concreto, estos prestigiosos profesores universitarios, sin miedo al dominio de lo políticamente correcto, sostienen que estas políticas, en cuya virtud se admite a estudiantes procedentes de determinadas minorías racionales, por razones extraacadémicas han fracasado estrepitosamente. Para ellos, esta política debe comenzar en las etapas primaria y secundaria pues en la universidad, lejos de provocar la pretendida integración social, subraya el desnivel académico, algo que es patente en las universidades altamente competitivas.

Sander y Taylor afirman que tales políticas, en lugar de favorecer la integración, conducen a sus beneficiarios a peores calificaciones y al aislamiento social. En cambio, si tales medidas de discriminación positiva se implementaran en universidades más adecuadas a estas personas, los efectos de tales políticas serían diferentes, bien distintos. La solución, según estos expertos, se halla en las escuelas primaria y secundaria. En efecto, es menester establecer medidas urgentes en estas etapas educativas para reducir las diferencias de rendimiento escolar según la condición racial. Aunque sea doloroso reconocerlo, las encuestas y ejercicios empíricos son concluyentes: el nivel medio de los estudiantes de color de 18 años es similar al de los blancos de 14. Una vez más, la realidad pone de relieve el profundo daño que estas políticas públicas producen a sus potenciales destinatarios. Esto acontece cuando no se piensa integralmente en las personas. A veces es políticamente más rentable poner en marcha cuantiosísimas medidas dirigidas a intentar paliar deficiencias que no se quieren analizar. Es lo que, mutatis mutandis, ocurre en España con la educación pública.

Sabemos los resultados que produce y sin embargo tenemos miedo a las reformas. El conocimiento de la realidad ayuda a, sin prejuicios, acometer los cambios y transformaciones que sean menester. Aunque dichas reformas pongan en cuestión el statu quo, las políticas públicas deben hacerse desde la realidad y pensando en las personas. De lo contrario pueden llevar a lo que denuncian los profesores en su libro: que las facultades de Derecho en los EE.UU. subvencionan cuatro veces más a los chicos de color ricos que a los blancos pobres. ¿Por qué será? Porque el dominio de lo políticamente correcto causa estragos precisamente a quienes se pretende beneficiar. Va siendo hora, pues, de denunciar carencias y deficiencias de un sistema ideológico que ha permitido a determinadas minorías instalarse en la cúpula y, desde allí, repartir carnés de demócratas a los que sirvan para el buen fin de la causa.
*CATEDRÁTICO DE DERECHO
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