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Canarias y el comercio electrónico – Por Gustavo Matos

   

Si alguien nos dijera que un pequeño comercio de cualquier lugar de Canarias podría tener sin coste alguno una tienda abierta en Madrid, Paris o Tokio, veinticuatro horas al día, 365 días al año, seguramente pensaríamos que se ha vuelto loco. Pero la realidad es que hoy las nuevas tecnologías y las nuevas herramientas de comunicación hacen de esta supuesta locura una realidad. O al menos en teoría así debería ser. Hoy gracias a la red el comercio electrónico hace que las dificultades en competitividad entre empresas, entre comercios o cualquier otra actividad económica derivadas de los costes de tener establecimientos abiertos en distintos puntos geográficos se hayan reducido, y que sea la calidad o la innovación las que marquen las diferencias entre la oferta al consumidor. Esto para Canarias debería suponer un avance histórico. Por primera vez la lejanía ya no sería un obstáculo para competir, o al menos sus efectos se mitigarían lo suficiente como para que un buen proyecto comercial tuviera un público potencial más allá de los límites insulares. Pero desgraciadamente no es así, y corremos el riesgo una vez más de quedarnos fuera de una revolución histórica como es el comercio electrónico.

Solo el 7% de las empresas canarias realizan ventas a través de internet, uno de los peores datos de todo el país. Y no es de extrañar. Una vez más la administración en lugar de convertirse en un aliado del emprendedor se convierte en un obstáculo añadido que el impide competir en igualdad de condiciones. Las trabas burocráticas derivadas de los trámites aduaneros tanto para enviar como para recibir productos adquiridos a través de la red son el gran escollo a vencer. La extrema complejidad de realizar los trámites unido a la imposibilidad de garantizar una fecha de entrega y un precio final certero hacen que hoy esta modalidad de comercio no despegue en las islas como sería necesario. Seguramente más de uno de los que lea estas líneas a tratado de adquirir un producto a través de la web y se ha encontrado con la desagradable sorpresa de que al ir a recogerlo debe abonar en concepto de impuestos y gastos aduaneros en ocasiones una cantidad superior incluso al coste del propio producto. Este fenómeno pero a la inversa, es decir, cuando tratamos de enviar algo fuera a un cliente que lo ha adquirido a través de la red se repite. Por ello es imprescindible que las administraciones que tienen competencia en este asunto y que están haciendo todo lo posible por entorpecer el despegue comercial de esta modalidad de negocio en un momento de crisis como este en el que buscar consumidores de otros lugares con capacidad de gastos es imprescindible, deben hacer su trabajo y eliminar o simplificar esa maraña administrativa.