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Federico Tedeschini – Por Luis Ortega

   

Con regularidad, pero sin fecha, comparto mesa y tiempo con uno de mis más antiguos y mejores amigos tinerfeños y otros elegidos siempre por “admiración, afecto y actualidad”. Juan del Castillo es un agudo observador de “cuanto sucedió o puede suceder” y un humorado crítico de sus perfiles, puso en la agenda a un diplomático vaticano cuya biografía aún suscita controversia. Se despedía julio y Antonio Hernández, Rector del Real Santuario de Las Nieves, comentaba las vísperas de la onomástica de la Patrona palmera que, precisamente en esta edición, recibió la Medalla de Oro de la Isla. Hablamos de la Coronación Canónica, autorizada por Pío XI, el Papa de Entreguerras, y materializada por Federico Tedeschini (1873-1959), un mitrado conservador que ocupó la Nunciatura el 31 de maro de 1921, aunque permaneció en Madrid hasta poco antes del golpe franquista. Hombre de confianza del cardenal Della Chiesa -luego Benedicto XV- y condiscípulo de Eugenio Pacelli -el futuro Pío XII- batió el record como embajador apostólico ante los gobiernos de la monarquía constitucional, las dictaduras de Primo de Rivera (con el que mantuvo una relación cordial) y Dámaso Berenguer (la segunda, la Dictablanda, lógicamente más atenuada), y la II República. Preocupado por las relaciones con el poder civil, una de las obsesiones de Pío XI, lo quiso remover de su cargo en varias ocasiones pero “no encontró sustituto mejor” y, pese a concederle el capelo cardenalicio en 1935, lo mantuvo en “la católica España hasta el 10 de junio de 1936, cuando el ruido de sables ya era perceptible”. El 22 de junio de 1930 coronó a la venerada imagen, acto del que se conserva abundante documentación literaria y gráfica y dos variedades de puros (el nuncio y el medio nuncio) elaborados por los tabaqueros isleños para solemnizar la efeméride y satisfacer los vicios puntuales del jerarca católico. Sustituido por Gaetano Cicognani, fue uno de los más activos partidarios de Pío XII, que lo nombró en 1952 delegado en el Congreso Eucarístico y Arcipreste de San Pedro del Vaticano. Participó en el cónclave de 1958 que eligió al beato Juan XXIII y, a su muerte y en medio de una agria polémica, dejó una cuantiosa fortuna a sus sobrinos, a uno de los cuales nombró Franco Marqués de Santa María de la Almudena. Está sepultado en las grutas vaticanas, en un lujoso mausoleo junto al español Rafael Merry del Val, secretario de San Pío X.