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José Pedro Pérez – Por Ernesto J. Rodríguez Abad

   

Era un domingo más del mes de julio y se convirtió en un domingo que no olvidaremos. Hay noticias que pesan, que caen como un mandoble, sobre todo si no las esperas. Fue un sonido de wassap, tan cotidiano y atado a nuestras vidas últimamente. Fue una frase seca. Palabras aciagas, amargas, de difícil digestión.

Siempre, en momentos fatídicos, vienen a mí los versos del gran poeta peruano César Vallejo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!/ Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,/la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma…/ ¡Yo no sé!”.

Reacciones extrañas lucharon en la mente, sentimientos de rebeldía y repulsa llenaron el estómago; frases hechas, sin sentido, afloraron a los labios. Son momentos en los que parece que quieres explicarlo todo, sentir lo no sentido, hacer lo que no has hecho, decir lo que no has dicho.

“Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como/cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;/vuelve los ojos locos, y todo lo vivido/se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes…/ ¡Yo no sé!”.

Pero no; no podemos hacer nada. Solo callar, asumir, saber que la vida va robando momentos, sentimientos, personas… Y todo sigue. Perece que nada cambia, que el imperturbable andar de los minutos no tiene pausa, que el girar del globo no se detiene.

Entonces mi imaginación jugó conmigo una partida de ajedrez incomprensible. Encontré mi voz en los versos sobre una cascada de sonidos. De un techo de colores y formas inusuales caían instrumentos impensables. Una sonrisa, sólo hacía falta una sonrisa y sabías que todo había sido comprendido. Entonces las palabras también eran sonido. Melódicas percusiones en las que cabalgaban las sílabas. Y el agua, los cacharros, campanillas locas, instrumentos exóticos… ¡Todo era música! Los elementos se fundían en una sensación de inusuales músicas llegadas de no se sabía dónde, venidas por caminos no descubiertos aún.

Entonces comprendí que no todo se va. Supe que no todo es arrollado por los insondables minutos. Hay segundos de felicidad suprema, infinita, que nos regala ese placer inexplicable del arte.

Recordé la sonrisa en los ojos de niños, adolescentes y mayores escuchando los sonidos juntos a las palabras.

Recordé tu sonrisa. Te imaginé convirtiendo estas palabras en sonidos, si pudieras escucharlas.

Gracias.