Hace unos dÃas en una de esas tertulias veraniegas de las calles de La Laguna, conversábamos sobre la dificultad de los tiempos por los que atravesamos. Me comentaban que no entendÃan cómo las personas paseaban sin preocupación aparente ante lo que está cayendo. Recordaba entonces las caracterÃsticas de la clasificación de los lugares más felices del mundo. Recuerdo que en aquella lista aparecÃan paÃses y lugares que seguramente sorprenderÃan al más optimista de los economistas. PaÃses que potencian por encima de todo a la persona y su bienestar como elementos fundamentales en su desarrollo. Si les dijese que Vanuatu, una pequeña isla del PacÃfico, es considerada el lugar más feliz del mundo. Sus esfuerzos de destinan a fomentar sus fiestas y tradiciones culturales de manera comunitaria. Otro de los paÃses es el Reino de Bután, una pequeña nación localizada en el Himalaya, con su apuesta por su carácter agrÃcola. Donde plantean que el desarrollo personal y familiar es el objetivo central de sus polÃticas y se niegan a fomentar el excedente en su producción. Tanto es asà que han decidido tomar como medida de desarrollo del paÃs el valor de la Felicidad Interior Bruta (FIB), dirigiendo todos sus esfuerzos a aumentar los niveles de este curioso indicador de bienestar. PodrÃa continuar este maravilloso ranking, que enturbia todos los esfuerzos de nuestros sistemas económicos, nombrando a otros paÃses como Malawi, Montaña Wuyi, etcétera. Es curioso observar cómo el producto interior bruto de estos paÃses se sitúa muy por debajo de los que consideramos paÃses ricos. En el polo opuesto, nos encontramos con los Ãndices de depresión mundial, situando a las naciones ricas en sus primeros lugares, y en concreto a Francia y EE.UU., mientras que en las economÃas emergentes los Ãndices son mucho más bajos. Esta tendencia podrÃa deberse a que en los paÃses ricos se potencian las desigualdades señalando como causas principales el desempleo y los problemas familiares. A estas alturas cabrÃa preguntarnos: ¿en qué estamos fallando? Porque nos empeñamos en centrar todos los esfuerzos en la consecución de unos objetivos que generan pobreza económica y sobre todo personal, donde lo importante no es garantizar en primer lugar unos servicios sociales óptimos, una educación basada en el crecimiento personal, y no en el éxito por encima de todo, y una sanidad humanizadora. Pero por encima de todo, redundo, donde los esfuerzos se centren en fomentar aquellos aspectos de nuestra vida que nos potencien, aumentando nuestra felicidad y bienestar, pensando en las personas y sus comunidades. Yo les invito a optar por la felicidad de la gente de Vanuatu o Bután.