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Nuestra economía y nuestra persona – Por José Juan Rivero

   

Hace unos días en una de esas tertulias veraniegas de las calles de La Laguna, conversábamos sobre la dificultad de los tiempos por los que atravesamos. Me comentaban que no entendían cómo las personas paseaban sin preocupación aparente ante lo que está cayendo. Recordaba entonces las características de la clasificación de los lugares más felices del mundo. Recuerdo que en aquella lista aparecían países y lugares que seguramente sorprenderían al más optimista de los economistas. Países que potencian por encima de todo a la persona y su bienestar como elementos fundamentales en su desarrollo. Si les dijese que Vanuatu, una pequeña isla del Pacífico, es considerada el lugar más feliz del mundo. Sus esfuerzos de destinan a fomentar sus fiestas y tradiciones culturales de manera comunitaria. Otro de los países es el Reino de Bután, una pequeña nación localizada en el Himalaya, con su apuesta por su carácter agrícola. Donde plantean que el desarrollo personal y familiar es el objetivo central de sus políticas y se niegan a fomentar el excedente en su producción. Tanto es así que han decidido tomar como medida de desarrollo del país el valor de la Felicidad Interior Bruta (FIB), dirigiendo todos sus esfuerzos a aumentar los niveles de este curioso indicador de bienestar. Podría continuar este maravilloso ranking, que enturbia todos los esfuerzos de nuestros sistemas económicos, nombrando a otros países como Malawi, Montaña Wuyi, etcétera. Es curioso observar cómo el producto interior bruto de estos países se sitúa muy por debajo de los que consideramos países ricos. En el polo opuesto, nos encontramos con los índices de depresión mundial, situando a las naciones ricas en sus primeros lugares, y en concreto a Francia y EE.UU., mientras que en las economías emergentes los índices son mucho más bajos. Esta tendencia podría deberse a que en los países ricos se potencian las desigualdades señalando como causas principales el desempleo y los problemas familiares. A estas alturas cabría preguntarnos: ¿en qué estamos fallando? Porque nos empeñamos en centrar todos los esfuerzos en la consecución de unos objetivos que generan pobreza económica y sobre todo personal, donde lo importante no es garantizar en primer lugar unos servicios sociales óptimos, una educación basada en el crecimiento personal, y no en el éxito por encima de todo, y una sanidad humanizadora. Pero por encima de todo, redundo, donde los esfuerzos se centren en fomentar aquellos aspectos de nuestra vida que nos potencien, aumentando nuestra felicidad y bienestar, pensando en las personas y sus comunidades. Yo les invito a optar por la felicidad de la gente de Vanuatu o Bután.