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El papa no gusta a todos – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Me gusta el papa. Como a casi todos. Sin embargo, afortunadamente, Francisco no le gusta a todos. La palabra de Dios ilustra bien hoy por qué. ¡Vanidad de vanidades!, proclama el Eclesiastés en un bello texto que reflexiona sobre la vaciedad del devenir humano cuando no está sólidamente asentado en la verdad de Dios y del propio hombre.

Por eso no le gusta el papa a muchos: porque les dice en la cara que lo suyo es vanidad de vanidades, que tras la fachada no hay nada. Vanidad es vivir de gestos piadosos si están vacíos, les dijo a los jóvenes en lo que algunos han llamado un baño de masas en Río. En realidad, fueron los muchachos los que se bañaron en el agua clara de un pontífice que les trató como lo que son: jóvenes cachorros a los que alentar para que sean generosos con su vida al tiempo que es preciso acompañar en su naciente peregrinar en la fe. Nada de bombardearles con reproches, nada de mensajes escritos con piadoso humo… “Ellos ya saben lo que opina la Iglesia de los temas más controvertidos. Pensé que era mejor cuidar a los chicos”, explicó. Magistral.

Vanidad de vanidades llamó el papa al rostro adusto de los obispos tristes. “¡Qué feo es un obispo triste!”, dijo. Y también: “Quiero obispos sin psicología de príncipes”. Lo mismo hizo con los sacerdotes y consagrados, llamándoles a vivir desde la verdad de su elección, anclados en su relación con Dios, sin manejarse como si fueran funcionarios, transitando por las periferias de la vida.

Y a todos envió a “montar el lío”, que es lo mismo que invitarles a desperezarse, a dejar a un lado las cosas de las iglesias para dedicarse a la labor de la Iglesia, que no es otra que anunciar a Jesucristo, esperanza de todo hombre. Nos miramos demasiado el ombligo, expresó a las claras.

Este papa pasará a la Historia. No sé si a la de las enciclopedias, porque muchos miserables de tristes intereses ocupan puestos de responsabilidad en esos escritorios. Pero seguro que su nombre está inscrito ya en la historia personal de decenas de millones de personas. Todas esas que desde siempre pensaban como él pero no podían decirlo, por aquello de lo políticamente correcto y por el temor a las represalias. Sí, a las represalias.

Muchos han llorado en estos meses al encontrarse con Francisco. No es sólo por emoción descontrolada. En muchos rostros serenos se lee la paz recuperada, la esperanza renacida de quienes han callado durante largo tiempo y ahora descubren que nada menos que un papa pone voz a sus reflexiones largamente acunadas. Muchos sienten que ha valido la pena esperar y que Dios les ha regalado un hombre bueno que ejerce de pastor, el testigo que hacía falta.

Que nadie compare con otros pontífices. Yo no lo hago. Sólo digo que un aire limpio y nuevo habita el corazón de la Iglesia. Está aquí y ha venido para quedarse. Se quedará, a pesar de que no faltan quienes prefieren los perfumes enlatados.

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