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Adam Pengilly – Por Luis Ortega

   

Británico, racer esqueleto, medalla de plata en los mundiales de 2009 en Lake Placid y elegido por sus compañeros miembro del COI un año después, erradicó con una simple pregunta las ilusiones españolas y la candidatura de Madrid, por tercera vez consecutiva, fue derrotada. No se cumplió el adagio y los miembros de la amplia embajada, entre el cabreo y la resignación -la deportividad de los vencidos construye su grandeza con tales materiales- regresa de Buenos Aires, “sola, fané y descangayada”, como dijeran Santos Discépolo y Carlos Gardel. No sé ni me importa si alguno de los entusiastas paladines de la causa imposible adoptó el consejo (“Esta noche me emborracho bien / me mamo bien mamao / para olvidar”, tomó el consejo, y como en el tango, se emborracharon), pero si constato que, salvo exaltados y propagandistas irresponsables, las reacciones de la mayoría fueron, como su tus tareas de promoción, dignas de encomio. Después de una exposición meritoria y de la reiterada afirmación por parte de los oradores de contar con el ochenta por ciento de las instalaciones precisas, en el turno de preguntas salió el perverso asunto del dopaje, tibiamente castigado por la justicia española.

Adam Pengilly (1977) inquirió por la destrucción de las bolsas de sangre -el caso Puerto y el doctor Eufemiano Fuentes, con una larga, tediosa y pésima instrucción y una sentencia decepcionante- y la respuesta no fue, según todos los indicios, convincente. Sabemos que los refranes -grandes y sabias destilaciones de la sabiduría popular- y los milagros -metidos en el campo del misterio- no satisfacen a voluntad y gusto propio. Empatada a veintiséis puntos con Estambul, Madrid cayó en la primera ronda; los turcos se apresuraron a celebrar un triunfo que creían seguro y que confundió a medios audiovisuales que transmitían en la capital argentina. Pero, al final, la solidez económica, las avanzadas y financiadas obras y la tolerancia cero con el doping, inclinó la balanza hacia Tokio, que obtuvo cuarenta y dos votos en el primer corte y siete más en la votación decisiva. No faltarán agoreros que reciclarán sus avisos, patriotas de vía estrecha que acudirán a la teoría de la conspiración y los intereses internacionales y repetirán algo obvio: que el COI es una merienda interracial. Vale. Pero también hay ciudadanos que pasarán olímpicamente, apremiados por otras urgencias más serias y analistas sensatos que recordarán que, en la era de las comunicaciones, cuando todos nos vemos y conocemos, el prestigio de una marca, pongamos España, exige mucho más que una mera declaración de intenciones. Y que, además, como escribí el viernes, no cayó el mundo.