X
nombre y apellido > Luis Ortega

Alejandro Blanco – Por Luis Ortega

   

En unas horas – si vale el refrán de que “a la tercera va la vencida” – llegará la concesión de los Juegos Olímpicos de 2020 o, hechos a las derrotas – “victorias morales” para los entusiastas – guardaremos la ilusión para más adelante. Sería un toque optimista para un curso que, con mejores cifras – la prima de riesgo bajó de los 500 a los 255 puntos – reproduce las tensiones, problemas y escándalos que afectan al gobierno y la oposición – Bárcenas y los Eres andaluces – que, sin resolverse, crecen en sorpresas y derivaciones.

Estaría bien que el único acuerdo logrado entre el PP y el PSOE – una posición única ante las instituciones europeas – se repitiera en áreas sensibles de derechos y servicios; que se priorizaran, con voluntad de permanencia, acciones solidarias con los mayores damnificados de la crisis, y estructuras para garantizar la presencia eficaz del sector público en las parcelas que no interesan al mercado; que se negociaran pactos razonables y asumibles por las distintas sensibilidades con peso parlamentario y por los representantes de los sectores afectados por reformas y recortes que llenan las calles de protestas; que se moderara el lenguaje público, tanto por los cargos como por los tertulianos de variado pelaje que, en el fragor dialéctico, dejan chicos a los militantes exaltados de argumentos irreconciliables; que se arbitrara, en principio a nivel doméstico, una actitud común sobre el sarampión de Gibraltar.

Es lícito que. con tres décadas de democracia, cuidemos las formas, e incluso las mejoremos, para frenar la imparable desafección de los ciudadanos, que son la base y la legitimidad del sistema. Y es obligatorio que, desde todos los ámbitos, se haga un ejercicio de autocrítica y se formule – como en el sacramento de la penitencia – un sincero propósito de enmienda. Estos deseos, que suenan a consejos de abuelos, no recortan ni desfiguran los respectivos cometidos; por el contrario, suponen un aval para acometer promesas pendientes, como la cacareada Ley de Transparencia que, ahora mismo, parece más una cuestión de fe que un propósito saludable e imprescindible para paliar el largo desencanto civil. Sería bueno que las cosas marcharan por los rumbos de integración con los que Alejandro Blanco – después del error de los uniformes – ha llevado, esta vez, la recurrente candidatura madrileña. Estaría bien que, al fin, nos dieran las Olimpiadas pero si no ocurriera, no sería malo cambiar y mejorar hábitos y entender que todos somos necesarios.