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Bisturí – Por Juan Carlos García

Esta nueva operación de cadera a la que se ha sometido el rey, con otra más en el horizonte, puede pasar con total indiferencia por la vida de la mayoría de los ciudadanos de este país tanto peninsulares como isleños. Con la que está cayendo, esa mayoría acumula suficientes preocupaciones como para que una nueva intervención quirúrgica a su majestad le quite el sueño. La salud del pueblo se deteriora de forma paulatina y los expertos no son capaces de poner el remedio adecuado. Sin embargo, la salud del monarca español comienza a ser ya un asunto que trasciende del ámbito familiar y político. Por ello, resulta razonable que se disparen todo tipo de comentarios tanto respecto a su sucesión como al propio sistema político: monarquía parlamentaria. Es de sobra conocida la frase: “Yo no soy monárquico, soy juancarlista”.

Sus defensores quizá pensaron en su momento que Juan Carlos I sería eterno. Bien, si el considerado juancarlista se viera, de la noche a la mañana, con que el ahora jefe de Estado dejara su cargo a su sucesor monárquico, obviamente dejaría de subrayarse como juancarlista y tendría que admitir su convicción monárquica. No obstante, los juancarlistas cuentan con otra opción para que Juan Carlos de Borbón siguiera como jefe del Estado. Así, si en este país se dieran los pasos consensuados para que los ciudadanos eligieran qué tipo de sistema político quieren, podrían decantarse por la monarquía o por la república. En este último caso, el ahora rey de España, tendría la libertad de presentarse a candidato para presidente de la república. Ahí se verían a los verdaderos juancarlistas. En estos días de transición entre verano y otoño, a las preocupaciones habituales se suman, por momentos, el futuro de la jefatura del Estado. Asimismo, no deje de tener su guasa que en diciembre, el día 14, el partido del Gobierno central se traslade a Canarias para debatir sobre la situación de España. Como habitualmente se debate en distintos círculos de diferentes sectores, es necesaria una precisión quirúrgica para extirpar ciertos males de esta sociedad. En ocasiones se olvida en manos de quién se pone el bisturí.