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La caja B de la Iglesia – Por Carmelo J. Pérez Hernández

En la Iglesia hay una contabilidad B que nada tiene que ver con el dinero. Semejante titular se me ha ocurrido pensando en las lecturas que hoy se proclaman en los templos, centradas en destacar la misericordia de Dios.

Misericordia es una palabra preciosa, prostituida como tantas otras y desnaturalizada como algunas. Hace referencia a un corazón capaz de abajarse, de ponerse de rodillas ante la pequeñez y la fragilidad de los otros. Un corazón como el de Dios, se nos recuerda hoy en la misa. Misericordia es el corazón de Dios, de rodillas envolviendo con su presencia a cada hombre caído.

La Iglesia vive de la misericordia de Dios. Es más: el único sentido de la Iglesia es perpetuar en la Historia las entrañas de misericordia de nuestro Dios. Ser sus brazos que acogen, su boca que consuela, sus manos que acarician, sus pies que salen al encuentro, su música que festeja al hijo recuperado. La única razón de ser de la Iglesia es reflejar a Dios. Intentarlo al menos.

Y ahí entra en juego esa contabilidad B de la que hablaba. A participar de ella se apuntan quienes se amparan en la comunidad para favorecer sus propios intereses y medrar en sus propios objetivos.

Son tesoreros de la caja B eclesial quienes se parapetan en las tradiciones y las costumbres para justificar unas actitudes que son un lastre para el avance de la comunidad. Quienes pretenden que los espurios objetivos de cada época prevalezcan sobre el único destino de la humanidad: Dios mismo.

Y tienen la llave de esa misma caja quienes pervierten la radical originalidad del ser creyente, confundiendo la amargura que experimentan y contagian con la alegre esperanza que el mundo espera de un cristiano.

No es tiempo de una falsa contabilidad para la Iglesia, nos grita hoy la palabra de Dios. La misericordia es la única puerta de entrada a la comunidad y no hay atajos. Hay que pasar por caja para llamarse cristiano: sin desembolsar un céntimo, pero pagando el peaje de desnudarse ante Dios y asumir su proyecto, aceptando cambiar la vida entera. Renunciando a perpetuarse contra viento, marea y sentido común.

Por no haberlo entendido siempre así, por no practicarlo sin fisuras, por permitir que otros proyectos de vida adelantaran en importancia a éste; por todo esto y mucho más como esto a veces tenemos la sensación de que esta nave ha perdido el rumbo. Se nos piden cuentas sobre dónde hemos escondido la original sencillez del proyecto de Dios, y a menudo en esa pregunta se intuye la preocupación de Dios mismo.

Miremos hacia adelante. Mejor, miremos hacia abajo. Bajemos la cabeza para alcanzar a vislumbrar el alcance de nuestra propia fragilidad. Abajo, donde se mueven miles de hombres y mujeres que no aciertan a levantarse porque no encuentran una mano amiga que los ponga en pie.

Y después, con la mirada al frente, ofrezcamos al mundo lo único que nos hace irrepetibles, el tesoro que custodiamos: las entrañas de misericordia de un Dios que busca a cada hombre para invitarle a la fiesta de la vida. Y basta ya de buscar puertas falsas y contabilidades amañadas, aunque no estamos hablando de dinero.

@karmelojph