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La demolición de Rosa Díez – Por Juan Manuel Bethencourt

De todo hubo, menos casualidades, en la entrevista que el pasado domingo por la noche le hizo la periodista de La Sexta Ana Pastor a la diputada y líder de UPyD, Rosa Díez. En lugar de dedicar el tiempo disponible -cada minuto en televisión nocturna vale mucho- al análisis de la actualidad política española, la conversación se centró deliberadamente en una condición definida previamente como adversa para la entrevistada: resulta que la señora Díez lleva treinta y tantos años “viviendo de la política”, tal y como repitió Ana Pastor con machacona insistencia, ante la creciente incomodidad de su invitada. La entrevista hizo trampa en una cuestión fundamental: presentó como noticia de actualidad algo que no lo es, pues de sobra se sabe que Rosa Díez, secretaria de profesión, está en política como cargo electo y con sueldo público desde 1980, con una trayectoria centrada -eso Ana Pastor no lo dijo- en un escenario tan incómodo como el País Vasco. Recuerdo haber visto hace no muchos años a Rosa Díez paseando con su marido por la muy transitada Gran Vía de Bilbao acompañada por dos guardaespaldas armados, y recuerdo haber pensado entonces: hay que rendirse ante la gente que sigue haciendo política en estas condiciones. Yo entonces no estaba en política, actividad a la que me dedico desde hace objetivamente poco tiempo, dos años. Tampoco pienso que eso me haga mejor -ni tampoco peor- que aquellos compañeros de partido o adversarios que optaron por el camino de la política antes que yo, incluidos aquellos que se incorporaron desde las organizaciones juveniles de sus organizaciones respectivas. Porque en política, como en casi todo, hay tantos ejemplos como individuos, cada cual portador de su mochila profesional y vital, sea ésta la que sea. Lo que contemplé desde fuera lo aprecio ahora desde dentro, y con el mismo esfuerzo de ecuanimidad que intento practicar como ciudadano, también como político y periodista. Ecuanimidad es una palabra que no apareció anoche por el plató de La Sexta, pues lo que contemplamos fue una deliberada demolición, o al menos el intento, de una dirigente política competitiva en el espacio ideológico de izquierda. ¿Le harían la misma pregunta a Rubalcaba, también con décadas de dedicación exclusiva a la política? ¿Estaba Felipe González, nuestro mejor presidente hasta la fecha, inhabilitado para serlo por su escuálido currículo profesional? Sentí bochorno por lo que se hacía con Rosa Díez, una dirigente por la que no profeso simpatía alguna, por su populismo antipolítico ramplón. Alguien le quiso dar una ración de su propia medicina y sus razones tendrá. Pero hacer periodismo no fue una de ellas.

@JMBethencourt