lunes mineral >

Ese mantenimiento – Por Salvador García Llanos

La segunda acepción del diccionario de la Real Academia Española es bastante clara: “Conjunto de operaciones y cuidados necesarios para que instalaciones, edificios, industrias, etc., puedan seguir funcionando adecuadamente”.

Así se define o entiende el mantenimiento, una palabra repetida hasta la saciedad en el Puerto de la Cruz… por su carencia, por su inexistencia. En otras ciudades seguro que se registra el mismo problema, o similar. Pero a lo largo de los últimos tiempos, en la localidad norteña, a propósito de actuaciones que se proyectan o de realidades con las que se convive, se ha convertido casi en un vocablo maldito.

¿De qué vale renovar tal o cual servicio, tal o cual dotación pública, si luego no hay mantenimiento?, es la pregunta más fácil y más repetida. Por las razones que sea, lo cierto es que las mejoras introducidas, incluso las innovaciones, pronto van perdiendo su valor… porque no hay mantenimiento.

Y admitamos que no todo depende de los preparativos y de los dispositivos con que cuente la administración pública responsable. El comportamiento de los usuarios, su civismo y su sensibilidad, también son determinantes para que el desgaste y la erosión no sean tan visibles, al menos en un breve lapso de tiempo.

Pero no hay que dar muchas vueltas: jardines, mobiliario urbano, espacios públicos, parques, paseos, báculos, bancos, señalética… todo eso requiere de mantenimiento y de cuidado. Y de todo eso ha de encargarse la administración pública, con sus propios recursos o los convenidos con otras entidades. Teóricamente, no debería ser difícil la posible solución: crear o disponer de una brigada de personal específica de mantenimiento, aquella que, convenientemente alertada, ofrece una respuesta rápida a esa realidad física que hace fruncir el ceño a un montón de personas que se lamenta de transitar por el mismo lugar todos los días al encontrarse con los mismos desperfectos, con los mismos desconches, con la reiterada estampa de abandono y desidia.

Cuando eso sucede, siempre hemos dicho lo mismo: es imposible que un edil, un funcionario, una persona de la plantilla laboral o de las empresas a las que se encomienda una tarea concreta o un policía local no haya pasado por allí últimamente y haya tomado una iniciativa para arreglar o solucionar la situación.

Lo peor es que para una ciudad que, en todo momento, debe ser un escaparate -por razones que no es necesario explicar- esas estampas son tan poco edificantes que tanto los nativos como los visitantes van acumulando una sensación de desagrado difícil de superar.

Y todo, por falta de mantenimiento.