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Gustavo Gutiérrez – Por Luis Ortega

   

Tal como hizo antecesor con Hans Küng, con igual descreción pero mejores perspectivas, Francisco recibió al sacerdote Gustavo Gutiérrez Merino, fundador de la Teología de la Liberación cuyas bases -servir al cristianismo en un continente con un sangrante reparto de la riqueza y, en gran parte, bajo la bota militar o corruptos populismos- enunció en un libro de 1971. El sigilo no tapó el rechazo de la banda integrista de la curia y la alegría de quienes rodean a un pontífice dado a las sorpresas y que fija los tiempos y modos de la reforma que exige esta hora. En el encuentro jugó un papel decisivo Gerhard Ludwig Müller (1947), alumno del dominico peruano y coautor de un texto sobre esta corriente, criticada por monseñor Ratzinger en 1984 y 1986 pero, esto es relevante, sin condena de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Ya con lógica distancia del dogmático Wojtyla, cuya aversión al marxismo fue tan evidente como su poder de comunicación y dominio de las masas, Benedicto XVI eligió para dirigir el reformado Santo Oficio a un mitrado de su confianza, Obispo de Ratisbona, profesor de la Universidad de Maguncia y editor de sus obras; su sucesor, “llegado del fin del mundo”, lo confirmó e integró en su círculo íntimo. “Al margen de cómo se la considere, la teología de Gustavo Gutiérrez es ortodoxa porque es autopráctica y nos enseña el correcto modo de actuar como cristianos”, escribió este eficaz introductor de embajadores, resuelto a restaurar los puentes entre los católicos que, de acuerdo con el Vaticano II y las conferencias episcopales americanas, se comprometieron con los pobres de su tierra, aquellos a los que invoca con tanta frecuencia el jesuita argentino, cuya elección, según el inolvidable Luis Cobiella, fue “un regalo de la providencia para estos tiempos oscuros”. Serenados los ánimos en tanto la democracia gana terreno a los totalitarismos, acercar por todas las vías la institución católica a los más necesitados – y extender la compasión, pilar de las religiones útiles, a nuestras fragilidades, no sólo responde al mandato evangélico sino que puede ser el único contrapeso al avance de los evangélicos sobradas de medios, dinero y marketing. Por otro lado, repara el agravio que significó la reconciliación con los cismáticos de Lefebvre, mientras se mantenían reticencias contra quienes combaten con la palabra y el ejemplo, la injusticia y la pobreza, contra quienes defienden la dignidad del hombre y su derecho a gozar de oportunidades en la tierra.