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La hiedra – Por Miguel L. Tejera Jordán

   

Que los lectores me perdonen. Acabo de regresar de mis vacaciones veraniegas. Y, con lo primero que me tropiezo, es con la imbecilidad inveterada de nuestras autoridades e instituciones, en el caso que nos ocupa, laguneras. Y es que uno se da la vuelta a tomar el sol en la playa y, la verdad, descubre que, otra vez en casa, no se les puede dejar solos. Retorno y me tropiezo con la decisión de retirar la hiedra de los arcos del Cristo, los que dan paso al patio que sirve de antesala al Santuario. Y me entra una acidez en la boca del estómago que no me la quita el alquén de mi alma. O de mi almax, que es como el alquén, pero más flojito. Y es que me saca de quicio que la burricie política de turno cambie las cosas sin respeto por las tradiciones. Y sin respeto por la ciudadanía. He llamado al cielo a los amigos Zenón y a Calimano, reporteros de la vida real de La Laguna de gran parte del siglo XX. Y resulta que me confirman que no hay lagunerito vivo que haya visto los arcos del portal de entrada del Cristo (que no es una página web, sino un pórtico) limpios de hiedra. ¡Ojo!: nada que objetar a que retiren la hiedra, reparen los arcos y vuelvan a sembrarla. Pero arrancar la trepadora, o la enredadera, la zarcillera o el bejuco, el follaje o la fronda. Y dejar los arcos desnudos, sin el verdor característico de la hiedra franciscana de toda la vida, es como mandar que la Venus de Milo de Durero la repinte el hijo de…, La Pantoja, pero con lápiz de labios carmesí importado de Pekín, la madre y capital de todas las chinas. (Y chinos).

Quiten la vieja hiedra. Reparen los arcos, es decir, el muro. ¡Que no es más que un muro, carajo! Y repongan la hiedra, con nuevos retoños, con otra semilla. Luego, cuiden de que crezca como el Cristo manda. La podan, la riegan, la desinfectan y fertilizan. Y cuando vuelva a hacerse enorme, es decir, indomable, la retiran otra vez, reparan el puñetero muro que sostiene los arcos (que no es el acueducto de Segovia) y vuelven a vestir los dichosos arcos con nueva hiedra. Y, así, hasta la eternidad…

Con todo, lo que más gracia me hace es que la prensa diga que la decisión final sobre la hiedra pertenece a la esclavitud del Cruficado. Y me llama la atención porque, los esclavos, nunca toman decisiones. Y, porque, para más inri (nunca mejor hablando del Cristo) la esclavitud administra la hermandad en sentido espiritual, esto es, inmaterial.

Porque los dueños del Cristo ni siquiera son los laguneros. Sino todos los cristianos…

¡Amén!