X
al golpito >

El Hierro, magia y embrujo – Por Rafa Lutzardo

   

Unos días de estancia en la isla de El Hierro bastaron para darme cuenta que la isla del Meridiano Cero sigue estando viva y seductora; donde sus acantilados, en posición apotropaica, originados por la adaptación de los procesos morfogenéticos marinos, toman forma de cuchillos afilados por los bóreas y céfiros (vientos del norte y del oeste); convirtiéndose en testigos fieles y leales; vigilantes mudos de un lugar que todavía sigue siendo un empíreo (paraíso). En esta ocasión, el centro base de mi estancia fue en el Valle del Golfo, en el núcleo urbano llamado Los Llanillos. Escenario, donde aún se conserva y respeta la más tradicional distribución de las casas tradicionales de esta isla construidas desde la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. La invitación y el empeño de mi hija Nadira, junto a la familia de mi amigo Cirilo Leal, motivaron en mi despertar de ese letargo viajero que ya tenía olvidado por los periplos del Archipiélago canario. Este nuevo encuentro en la isla de El Hierro propició darme la oportunidad de conocer a un grupo de personas maravillosas, las cuales, al igual que yo, intentaban desconectar del estrés de las ciudades, de los ruidos, contaminaciones y de los bombardeos informativos de la actual situación social, política y económica por la que atraviesa España. Una isla que me brindó una parte de su biodiversidad y variadas paisajísticas, desde las excelentes muestras de sabinares y densos pinos canario, hasta las zonas rocosas y grandes acantilados, bañadas por coladas de lavas que ponen de manifiesto su origen volcánico. Senderos y caminos arropados por la belleza de higueras, breveras, mangas, hijos tunos y viñas, engalanadas por grandes y hermosos racimos de uvas, de donde se extrae el vino pata o el vino blanco seco. Una vegetación viva sobre la vertiente de unos riscos bañados por un manto de lava antigua, nacen en libertad una flora como los labiérnagos (arbustos); fayal-brezal, el cardonal o el tabaibal. El goran, (trinchera de piedras que sirven para proteger a los árboles frutales de la presencia de animales curiosos). El gran canal de agua que simbolizó en otra época la ilusión de un regadío y de un cultivo que no tuvo consecuencias positivas. El Feraz (cultivo) de la piña tropical y mangas es otro de los atractivos del cultivo de las frutas naturales que se dan en la isla del Meridiano Cero. Las puertas de las casas abiertas, vehículos con los cristales bajos, la madre gallina cuidando de sus polluelos, el silencio de la noche, alterado en algún momento por el ladrido de un perro o de un gato en plena caza nocturna; la suave brisa que desciende desde lo alto de los acantilados del Valle del Golfo, hacen de este lugar algo sagrado y mágico.