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Malvados РPor Jos̩ David Santos

   

Leila Guerriero da cuenta, en uno de los textos de su libro Frutos extraños, de los motivos que le llevan a escribir perfiles de personas y personajes. Entre sus reflexiones apunta a lo que le señaló un compañero de profesión al destacar que siempre se busca en seres buenos o comunes aristas de maldad o debilidad para mostrarlos más humanos. Y les aplaudimos, tanto al que descubre esa faceta oscura como al protagonista, tal que si sintiéramos que al sernos reveladas sus imperfecciones nosotros albergásemos la esperanza de purgar nuestros propios defectos a través de ese dicho tan patrio -y quizá universal- de ver siempre la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Lo que supone un mayor esfuerzo es hallar el revés de bondad en un ser malvado, porque descubrir que, por ejemplo, un sanguinario dictador, un violador, un pederasta o un asesino en serie puede poseer un reverso amable nos da más que vértigo. Un amoroso padre de familia, un amigo entregado, una novia amante de los animales, un vecino voluntario en el centro de mayores… puede ser, al otro lado de lo cotidiano, un ser despreciable, y eso nos hace vulnerables y temerosos; así que es mejor no saber, no dejarnos influir y seguir pensando que los comanches eran los malos y el Séptimo de Caballería los buenos. El otro día leía que Hitler instauró en Alemania leyes muy duras -y novedosas en Europa incluso hoy en día- contra el maltrato animal. Al parecer el hombre capaz de proponer el exterminio del pueblo judío o gitano poseía un envés amable.

Para Guerriero también es un reto encontrar y permitirse el lujo de dejar a un lado la cara perversa de alguien para sacar a la luz trozos de (buena) humanidad. España es hoy un buen ejemplo de ese maniqueísmo. Todos -menos los que votaron a Madrid- los miembros del COI son tan, tan, tan malvados, crueles, egoístas y sucios que nadie, ni la excelente Guerriero, aunque estuviera junto a ellos una vida descubriría el lado bueno de ninguno de ellos; eso es al menos lo que se puede pensar al leer y escuchar a tanta gente de este país de pandereta, pito y cabra analizar el chasco de Madrid 2020. Sin duda, España sigue estando teñida por la envidia y la falta de empatía ante la virtud ajena, y de reflexión ante el defecto propio. Y seguimos.