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Más que la esperanza – Por Claudio Andrada Félix

Increíble. Hacía mucho tiempo que no la veía. Pero ayer, a primera hora de la mañana, llamó a mi puerta. Al echar un ojo por la mirilla casi no le abro porque no la reconocía. Está muchísimo más flaca y enjuta. Casi sólo la piel le sirve de abrigo a sus estirados y hasta ahora inquebrantables huesos. Seguro que ya lo han adivinado. Sí, era la Esperanza. Y como estoy tan poco acostumbrado hace un par de años a mirarla a los ojos, lo primero que me vino a la cabeza fue preguntarle por qué había tardado tanto. Sonrió, como solo sabe hacerlo ella, con esa mueca inconfundible que es el bálsamo de los que nada tienen, y me confirmó lo que sin querer admitirlo sabía. “No te imaginas cómo he estado de ocupada en estos últimos años: que si una familia al borde de eso que no se dice por un desahucio; que si uno que no encuentra trabajo porque es mayor de 50 años; que si una abuela a la que la pensión no le llega ni al 5 de cada mes, porque tiene a sus hijos y nietos con ella; que si un universitario que tiene que dejar la carrera por las tasas; que si un ciudadano que no puede pleitear porque la justicia no es para todos igual y cuesta muy cara; que si un profesor de la pública; que si la paciente aquella que sigue a la espera de operarse… en fin”.

No pude más que pedirle perdón. Era cierto. Parece que se lo dejamos todo a ella. Que la explotamos bien explotada. Que no le echamos una mano en lo que necesita. Y mientras pensaba, me aseguró que debiéramos remar en dirección a la esperanza. ¿Remar? Ah, claro. En sentido figurado se refería a que como no luchemos por las cosas que importan, por una vida digna, que seguro que tendrá que volverse a construir, otra vez -como hicieron nuestros padres y abuelos-, a base de voluntades colectivas. No podemos fiarlo todo a la larga sombra de la Esperanza, agrietada ya de tanto repartirse por este mundo. Es preciso ayudarla a que llegue. Habrá que seguir batallando, habrá que continuar llamando a la gente más desposeída para que se convierta en protagonista de su futuro, habrá que iniciar una senda sin retorno en defensa de los derechos que jamás debimos consentir que se tocaran o anularan como pretende este gobierno del PP, cuyo nuevo código penal raya en la inconstitucionalidad al no respetar derechos tan básicos como el de la libertad de expresión y opinión o de reunión, pilares de la Carta Magna española sin los que jamás se podría decir que esto es un estado democrático.