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Paz encarnada – Por Ernesto J. Rodríguez Abad

   

Tuve la suerte de crecer en un pueblo. Aprendí en la calle, respeté la naturaleza escuchando las olas en los acantilados y el viento en la laurisilva, descubrí el concepto de lo literario y su utilidad en las tertulias con vecinos, en la emoción de los romances, en mi casa sin televisión o con las historias de vida. Voces del pueblo que me hablaban del mundo. La tolerancia, la solidaridad o la paz se respiraban en las relaciones con la gente, a partir de entonces se convirtieron en pilares de mi vida. De pequeño me entusiasmaba escuchar a los narradores populares, pasaba horas en las cocinas en las que se cocían las palabras más ardientes, más picantes o más sabias. Mi historia preferida era el relato de la vida de un hombre de mi pueblo que no quiso ir a la guerra. Vivió escondido más de cuarenta años en los acantilados de la agreste costa. Allí sobrevivió a penurias y al acoso de la ley. Sólo se negaba a ir matar. Su campo de batalla fue la negación a aceptar las imposiciones. En mi febril mente infantil se convirtió en un héroe. Imaginaba su vida, su pasiva lucha, su fuerza para resistir. Era mi Robin Hood particular; sin bosque, mas con la mar, el viento y, sobre todo, sin barrotes o celdas. Libertad y pacifismo significó aquel hombre. Personajes como él, negándose a coger armas y apuntar al pecho de sus hermanos, fraguaron el verdadero concepto del pacifismo. No se busca la paz declarando guerras, aunque algunos hablen de guerras legales o legítimas. Gandhi ganó batallas sin empuñar armas. Resistió la presión y luchó contra la violencia proponiendo diálogo. El mundo gira vertiginoso. Da la sensación de que alguien desea que olvidemos a estos adalides de la paz. Parece que no interesan estos ejemplos de sabiduría y sus lecciones de vida. Se repite la historia. Volvemos a buscar enemigos desde Occidente. Tenemos que desatar las furias y desempolvar fábricas de armamentos. ¡Claro, la guerra es un negocio! Las vidas segadas en los bombardeos, en las masacres, en los campos de batalla no condenan al ejecutor, lo convierten en héroe. Se condecora al saldado vencedor. No importa el sufrimiento en la trinchera, no importa la casa destruida, no cuenta el niño abandonado. No tenemos pudor en cimentar el bienestar sobre muerte y sangre. No tenemos vergüenza y pintamos la paz de blanco. Recuerdo el Romance de la paz condenada de Pedro Lezcano: Pero vistieron de rojo / la paz que yo aconsejaba. / Y alguna razón tuvieron /para mirarla encarnada./ ¡La paz será siempre roja / mientras sangre como sangra.

Y otra vez estamos a punto de asistir a una guerra de Occidente contra Oriente. Otra vez la olvidadiza historia se repite. Las fábricas de armamento vuelven a estar en alza. Nos televisarán batallas, nos convencerán con argumentos capciosos… Y un premio nobel de la paz nos anunciará una guerra. Y pienso en el hombre anónimo que en mi pueblo no quiso matar. No le dieron un premio. Lo persiguió la justicia.