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Petróleo – Por Juan Carlos Acosta

   

Llevamos quizás demasiado tiempo viviendo en este archipiélago por omisión, un ámbito en que los criterios se acallan o, lo que es peor, se coartan para que el silencio nos enmudezca y donde los grandes asuntos se liquidan a través del enfrentamiento pueril, cuando no pueblerino, y de la sumisión, cuando no la abstención, de aquellos que, pudiendo hacerlo por sus conocimientos, están en otras cosas más importantes, como el peculio particular, el carguito, la velita, el escapismo o el viaje subvencionado. Canarias necesita más que nunca un debate claro y alto, pero conciso y sin complejos ni ángulos muertos, para despejar el camino que ahora aparece trillado por la cerrazón política, a menudo transformada en corritos de patio de colegio, entre los que priman las bravuconadas, los estrangulamientos, los correveidiles y las exclusiones. Al final, los fajadores de esa lucha partidaria parecen haber olvidado que la nobleza fue una de las señas de identidad más significativas de nuestros antepasados, muchos de los cuales se tuvieron que marchar hacia otras tierras lejanas para sobrevivir y mandar remesas a los familiares que se quedaron con las que combatir a duras penas las necesidades que ya hemos olvidado.

Ese botón en off del diálogo amenaza con apagarnos definitivamente durante los próximos lustros y puede que vaya siendo la hora de levantar la voz. Me preocupa como canario que los grandes temas no se aborden con honestidad, serenidad y sentido común, sino con banderas ridículas de posiciones enfrentadas que recuerdan sobremanera al caciquismo que reinaba aquí hace tan solo unas décadas.
¿Qué es eso de que asuntos como las prospecciones petrolíferas o el relativo cambio de hora sirvan para cruzadas públicas que camuflan agravios personales? ¿Cómo es eso de que los políticos jueguen torneos de pulso sobre el tapete del porvenir de nuestros hijos? ¿Quiénes son éstos que se cuadran delante de las puertas de los edificios y despachos soberanos para cerrar el paso a cualquier disidencia con la soberbia que los caracteriza? Pues bien, yo ni creo en unos ni en otros, por ajenos, y me resisto al conformismo. Quiero ser libre para pensar por mi cuenta, de tal forma que a partir de ahora rechazo de plano las capillitas y los discursos oblicuos que me retuercen el estómago desde primeras horas de cada mañana.

No soy partidario del petróleo ni lo dejo de ser, pero no me queda otro remedio, a menos que me engañe, que reconocer que forma parte del progreso que ha alcanzado la humanidad y que nos proporciona los útiles y avances más cotidianos, sin los que ya ni sabríamos ni podríamos hallarnos. Si no, mire su mano derecha, o la izquierda, qué más da, y dígame si no ha utilizado usted hace tan solo unos minutos ese móvil que se ha convertido en su sombra hasta para ir al baño. Mucho de los elementos de ese aparatejo, o de cualquier ordenador, televisor u objeto animado, contiene una gran cantidad componentes de los que, con toda probabilidad, forman parte los hidrocarburos o los plásticos, uno de sus derivados, pero también el coltán y otros muchos minerales extraídos de las entrañas de la tierra de algún lugar de este planeta en el que vivimos todos los humanos, desde los chinos hasta los lapones, pasando por los indios huicholes mexicanos; una misma nave esférica en el universo, con la misma atmósfera y océanos comunicantes. No nos engañemos. Nuestro archipiélago consume muchos productos que colman nuestra nevera (otro útil contaminante) diariamente, de los que la inmensa mayoría, por no decir todos o casi todos, nos llegan frescos, o no, por aire o por mar, transportados por ingenios que consumen petróleo para desplazarse, cantidades ingentes de combustible sin el cual no sería posible ni el turismo, ni las carreteras, ni la energía eléctrica, ni a la postre nuestra existencia tal y como la conocemos hoy en día. ¿Cómo es posible que convirtamos un asunto como las prospecciones en un enroque regresivo y fundamentalista? ¿De qué ilusa manera nos vamos a defender de las supuestas extracciones si no controlamos nosotros el proceso? ¿Qué vía vamos a utilizar para minimizar cualquier efecto adverso si permanecemos en el nihilismo más absoluto, no ganamos nada y permitimos, porque no nos queda otra, que el vecino, en este caso Marruecos, sí lo haga, incluso con menores garantías?

Si pretendemos ser autores de nuestro destino no parece muy coherente la pataleta ni encerrarnos en la caseta del jardín, sino salir al mundo y combatir en él, con las realidades que nos ha tocado vivir, y con sus consecuencias, sean del signo que sean. Eso sí, tenemos la alternativa de seguir con la cansina cantinela pedigüeña, la gran coartada de la inoperancia que ha caracterizado el progreso ficticio alcanzado por la región, a base de exigir insistentemente solidaridad, porque somos diferentes, y jugar a la sostenibilidad de un territorio que nos ha proporcionado el pan gracias a aquello que denostamos; o reivindicar el diálogo, el análisis pragmático y el estudio concienzudo de los pros y contras que nos ofrece el camino, pero de la mano de los verdaderos expertos, si es posible neutrales y no clientelares.

Insto desde estas líneas a la recapitulación de las huestes y a liderar los procesos que están a nuestro alcance porque, si no, otros lo harán y tendremos que tragarnos lo que ocurra sin arte ni parte. Además, en última instancia, no estaría de más recordar que la vecina Mauritania también dispuso de su sueño petrolero con titulares muy magnificados y al final, después de las oportunas catas, tuvo que pinchar el globo porque lo encontrado ni era cantidad ni calidad como para interesar a ninguna compañía extractiva. Soy herreño por amor pero no por convicción, y digo esto, que a mí también me duele, porque asistimos al mismo fenómeno pero a pequeña escala en nuestra comunidad, el de una isla que no quiere jugar a otra cosa que a su autoprotección pero que debe depender de la solidaridad material del resto, que sí consume territorio y recursos medioambientales, para pagar esos transportes básicos que la libren del ostracismo. Por cierto, dentro de mil años todos calvos, con o sin petróleo. Y claro, por supuesto que podemos intentar consensuar, en última instancia, un regreso al pasado, aunque en eso también dependamos de que el resto del mundo haga los mismo para desactivar el cambio climático que destrozará, a buen seguro, nuestras chozas de adobe.

Juan Carlos Acosta es PERIODISTA