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De profesores y padres – Por Andrés Expósito

   

En el teatro del absurdo que azota actualmente el trasiego de la educación, se sostienen en la pútrida trastienda, incontrolables e innumerables dimes y diretes y excusas y reproches, como mandamiento propenso e irrevocable en muchos progenitores, de que el certero y único demonio que empuja a sus hijos a la incertidumbre del ocaso de las notas, es el profesor. Y ello constata que, en una ignorancia y desazón errónea, muestran e instruyen padres, madres y otros, a sus niños, el desacertado sendero del reproche y la queja continua, en lugar del esfuerzo como valor ineludible, laudable y eficaz. Desde siempre, desde el principio de todo, ha existido en todas las especies, miembros con mayor o menor habilidad para asumir los conceptos más simples o más complejos, y es un hecho que proseguirá, que es innato en la sociedad, indudable, y presentará ineludiblemente una valoración por ello, sin embargo, lejos de la posibilidad que cada uno muestre para adquirir, asociar, comprender o sostener el conocimiento, el esfuerzo y la lucha y la paciencia son valores seguros, armas indelebles e interminables que forjan e hilvanan la senda que los acercará a alcanzar y saciar los sueños y las esperanzas. Pero parecen estas, en los últimos años, desprovistas del valor fidedigno y útil con que se fecunda y sostiene la inmensa mayoría de los resultados, y con ello, no solo se desorienta y aturde el sentido más viable para transitar en la búsqueda y alcance de los mismos, sino que dicha actitud, tan errada, deplorable e insulsa, queda heredada generación tras generación.

El concepto donde acaban los inútiles, absurdos e irrisorios cotilleos, de los corrillos de múltiples padres y madres en puertas de colegios, cafeterías o plazas, con alusiones a la culpabilidad de los profesores por el caótico y desastroso expediente que sus hijos llevan a cuestas, solo alcanza y valora el daño que en realidad sus propios progenitores les fustigan, una y otra vez, al no aceptar ni reconducir un hecho, que por otro lado, podrían acercar y atender el intento, nunca renunciable, de retomar un camino y unas ilusiones plausibles y reconfortantes. El esfuerzo y la lucha son baluartes que nos llevan al objetivo, por el contrario, la desidia, la desfachatez, el reproche y la queja continua, nos apartan de él. El conocimiento debe ser educado y proporcionado, no solo por las personas que dedican su tiempo a ello, sino, y en idéntica medida, por el conjunto de los miembros de la sociedad, en manera que sea enriquecedor y sociable en todo momento, una condición indispensable, y así, unido a la comprensión y a la reflexión que ello trae consigo o manifiesta, someterá y devaluará al cenit egocéntrico y la deplorable condición que muestra en ocasiones el ser humano. Y pudiera parecer que quién escribe este artículo es profesor. Nada más lejos de la realidad: es padre.