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Quién vive ahí – Por Irma Cervino

Nunca pensé que una grieta acabaría uniéndonos a todos. Al menos físicamente. El lunes cuando regresaba de trabajar me encontré con Mejuto el propietario del edificio de enfrente que entraba, descamisado y medio sudoroso, en nuestro portal. Tito, el hijo de la Padilla, que hacía su guardia habitual, le paró en seco y le dijo que tenía terminantemente prohibido entrar pero él insistió, diciéndole que se trataba de un asunto de vida o muerte. Yo, que a veces me meto donde no me llaman, le dije que avisara a su madre, que igual era importante lo que quería decirle. A los cinco minutos, la Padilla estaba en el portal con los brazos en jarra, intimidando al pobre hombre.

Agobiado por el problema que se le venía encima, le explicó que esa misma mañana habían detectado unas fisuras en la pared oeste de su edificio y que un agente del ayuntamiento les había dicho que tenían que desalojarlo, al menos durante una semana, mientras se realiza un estudio de seguridad. “¿Y?”, le preguntó la Padilla en postura de jarrón bizantino. Mejuto no sabía cómo pedirle que, puesto que nuestro edificio tiene al menos tres pisos y el ático vacíos, le dejara realojar a parte de sus vecinos. Cuando por fin lo dijo, la Padilla estalló en cólera y la respuesta fue un no rotundo. “Y mucho menos después de haberse llevado a parte de nuestros vecinos. ¡Fuera!”, le gritó. A pesar de la negativa, esa misma noche las hermanísimas bajaron al portal y, aprovechando que Tito había subido a ver los deportes en la tele canaria, dejaron entrar a varios vecinos del edificio de enfrente. No es que Úrsula y Brígida se hayan convertido ahora en hermanitas de la caridad, no. Su gesto tuvo más que ver con las ganas de desafiar a la Padilla que otra cosa. Las hermanísimas le dejaron el cuarto del fondo a un matrimonio de pijos, Luli y Joserra, con los que empezaron a tener problemas a la mañana siguiente cuando pretendieron que Brígida, a la que confundieron con una sirvienta, les llevara el desayuno a la cama. Bernardo también se ofreció a acomodar a una familia en su piso. Parece que él corrió más suerte. De momento no le he oído quejarse y yo, bueno, yo… dejé que Mejuto se quedara en mi casa. ¿Qué quieren? Le he cogido cariño al pobre hombre.

La polémica saltó cuando la Padilla se enteró de que el edificio se había convertido en una especie de Acnur a pequeña escala. “No puede prohibirnos que acojamos en nuestra propia casa a quien nos de la gana”, le espetó Úrsula a la presidenta de la comunidad cuando tocó en la puerta para recriminarle que hubieran quebrantado sus normas. Pero lo peor está por llegar. Lo presiento. Ayer, Tito le ofreció el cuarto de contadores a Penélope, una diseñadora de interior que, después de tres noches en el Hotel Mencey, vino a pedir habitación a nuestro edificio para poder estar más cerca de sus vecinos. Y claro, Tito, no le dijo que no.

@IrmaCervino