X
EL REVÉS Y EL DERECHO >

Todo lo demás es palabrería | El contenido del silencio – Por Juan Manuel Bethencourt y Juan Cruz

   

Todo lo demás es palabrería – Por Juan Manuel Bethencourt

Te mando un abrazo de saludo, y también de disculpa, querido Juan, en el retorno a esta ventana epistolar que amablemente nos concede el decano de los periódicos isleños. La disculpa va por el trasiego de ese verano corto, cada año más corto, en el que aun estando cerca no tuvimos la oportunidad de vernos. Me ha emocionado tu reseña sobre la muerte de Jesús de la Serna, maestro de periodistas donde lo hubiere. Nunca le conocí, claro está. Pero vaya tipo de una pieza. Hay una corriente fatalista, que nos envuelve cada cierto tiempo, y que nos conduce a una conclusión hecha tópico: cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿También fueron mejores, compañero, las personas que nos precedieron? ¿Es por ello que no encontramos en el presente esas referencias, profesionales o morales, a las que vamos despidiendo por pura cuestión biológica? Ya decía Kierkegaard que “la vida sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia delante”. Esa certeza me anima, pues nos ofrece la ocasión de tomar lecciones, ya sea de maestros como don Jesús o de nuestras propias andanzas, el camino empedrado y sin embargo gozoso en el que se resume la vida. Nos mortificamos demasiado, querido Juan, es algo sobre lo que he estado pensando durante la lectura del formidable ensayo reciente de Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido. Es verdad, en España (y en Canarias) hicimos las cosas muy mal, y creo que no vale la pena discernir demasiado entre culpables e inocentes. Cuando el anterior presidente del Gobierno estatal pregonaba ufano las espectaculares (e insensatas) cifras de la burbuja inmobiliaria española no recuerdo que nadie le parase los pies y dijese: eh, presidente, que esto no tiene ningún sentido, que en este país no se pueden construir todas las casas de Europa. Nos corresponde entender los buenos ejemplos, como el del periodista recientemente fallecido, y luego actuar en la buena dirección. Todo lo demás es palabrería.

El contenido del silencio – Por Juan Cruz

Es verdad, no nos vimos; entre amigos la frecuencia no es imprescindible; se está más cerca con el alma que con la palabra; a veces el recuerdo es un filamento que une más que el regocijo del encuentro. Así que no te preocupes, aquí estoy. Hablas de Jesús de la Serna. Él era un hombre de silencio, mandaba mirando, dije en el obituario que publiqué en El País. Te contaré por qué lo dije: primero, porque era verdad, y en segundo lugar porque yo experimenté esa manera suya de mandar. Apenas hablaba, paseaba por la Redacción y sabíamos, a su paso, que él era un faro, alguien que tenía una luz especial, la de su humildad y la de su paciencia. Un día me entregó un texto ajeno, de Jonathan Brown, el gran historiador del arte, para que yo lo publicara en la sección de Cultura, que entonces estaba a mi cargo. Guardé el texto y tardaba en salir, porque entonces, jóvenes periodistas arrogantes, creíamos que era mejor lo que se nos ocurría a nosotros que lo que se les ocurría a otros. Jesús pasó algunas veces a preguntarme por el texto de Brown, y siempre le dije que saldría en seguida. Un día, seguramente harto con razón de mi dejadez, vino a la sección, no dijo nada y se sentó ante mi. La suya era una mirada cándida y sutil, no reflejaba en ella ninguna amenaza ni ningún desdén. Pero yo supe qué decía esa mirada. El artículo salió al día siguiente. Era un maestro, una persona auténticamente buena. Como Muñoz Molina, por cierto; ese libro del que hablas refleja las cicatrices civiles de su alma. Puedes leerlo como un ensayo, yo lo he leído como un amargo poema español, así lo he leído. Como el desprendimiento lastimado de una mirada que en otro tiempo creyó que reluciría aquí un país mejor.