X
al margen > Rafael Torres

El toro de Bankia – Por Rafael Torres

   

El Gobierno de Rajoy tiene, al parecer, un oído finísimo: es capaz de oír a la mayoría silenciosa. Es más; es a sus componentes a los únicos que oye, o eso dice, cuando menos, la segunda de a bordo, Soraya Sáenz de Santamaría, refiriéndose a quienes en la Diada se quedaron en sus casas sin decir esta boca es mía. Pero también es mala suerte, sobre todo para las innumerables víctimas de esa sordera selectiva, que el Gobierno sólo oiga a los que no dicen ni pío. Cosas de Rajoy, ese señor alto y raro que imita al inmóvil y estatuario don Tancredo.

Pero don Tancredo sí oía, oía perfectamente acercarse al toro mugiendo y bufando y echando espuma por la boca, y fiaba a su valor frío la imperturbabilidad de sus músculos y, en consecuencia, que el animal no se lo llevara por delante. ¿Oye también, en realidad, Rajoy, y hace como que no? Una manada de toros, de turbios asuntos con unos cuernos como navajas, cerca al impávido Rajoy y a su cuadrilla no menos impávida, y uno de esos morlacos lleva impresa en los ijares la marca de Bankia.

Rajoy, si no tuviera los oídos y los ojos cerrados, reconocería el ganado: es suyo. Bueno, suyo no, del Estado, de la gente, pero su Gobierno se ha apalancado la ganadería y, de paso, los ahorros y los patrimonios birlados de centenares de miles de familias. Así, familias, llamaba Caja Madrid, según el valioso documento recién aportado al juez Andreu, a los modestos ahorradores particulares, ayunos de conocimientos financieros, a quienes la entidad despojó de su dinero para quedárselo e intentar salvarse con él de la quiebra.

El 99% de aquella emisión de preferentes de 2009 se colocó a las familias, no a los destinatarios naturales de esos productos, instituciones, bancos y corporaciones financieras, porque su dinero era el único tangible, existente, del que las siete cajas de Bankia controladas por el PP podían echar mano para tapar sus agujeros. Lo tenían allí, donde los clientes lo llevaron para tenerlo seguro.

Don Tancredo sólo ha habido uno, el genuino, el de los nervios de acero, y aun así se llevó alguna que otra cornada. Los imitadores, como Rajoy, lo llevan crudo: mucho menos les funcionará a ellos, a la postre, el truco de la estatua.